Desde la primera aparición de la Virgen Morena hace 490 años, muchos papas han tenido gestos de amor y devoción hacia la Virgen de Guadalupe.
El primero de ellos fue el Papa Urbano VIII en 1644, quien concedió indulgencia plenaria a quienes visitaran el pequeño santuario ubicado en el Cerro del Tepeyac, donde se veneraba la tilma de Juan Diego.
León XIII aprobó la primera coronación de la imagen; Benedicto XIV, gracias a las gestiones de las autoridades novohispanas y la Compañía de Jesús, la nombró Patrona de la Nueva España; y San Pío X extendió el patronato a toda América Latina.
Más tarde, en 1962 el Papa Juan XXIII bendijo el templo a la Santísima Virgen de Guadalupe, en Roma, y le compuso una bellísima oración.
Aquí te presentamos algunos ejemplos de la estrecha relación que han tenido los Sumos Pontífices con la Virgen de Guadalupe:
La Rosa de Oro es una distinción que entrega el Papa desde hace casi 1,000 años, principalmente a reyes y reinas, santuarios y advocaciones de la Virgen María. La tarde del 31 de mayo de 1966, el Papa envió al santuario de Guadalupe una Rosa de Oro, por conducto del Decano del Colegio Cardenalicio, Carlo Confalonieri.
Leer: Biby Gaytán y Eduardo Capetillo: “La Virgen de Guadalupe en nuestras vidas”
Su vida está estrechamente ligada a la Virgen de Guadalupe y a México, nación que visitó en cinco ocasiones. Fue el primer Papa en ver la imagen, también beatificó y canonizó a Juan Diego. Además, proclamó el 12 de diciembre como fiesta del continente americano y nombró a la Guadalupana como Reina de toda América.
Visitó México sólo en una ocasión, pero por su salud no le fue posible estar en la capital del país. Sin embargo, en León, Guanajuato, rezó largamente frente a una imagen de la Virgen en el Colegio de Miraflores, residencia de descanso durante su estancia. Él fue quien inició la tradición de celebrar una Misa en la Basílica de San Pedro, por la solemnidad de la Virgen de Guadalupe, cada 12 de diciembre.
Cuando el Papa Francisco anunció su visita a México, dijo que iría sólo a lugares que no hubiera pisado otro Pontífice. La excepción fue capital del país, pues quiso ir a la Basílica, donde rezó frente a la tilma. Francisco entregó a la Virgen una segunda Rosa de Oro. Además, inició la construcción de una iglesia dedicada a san Juan Diego, en Buenos Aires, antes de ser nombrado Papa.
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