Más de veinte años han pasado desde el día en que una mujer desesperada llegó a la Catedral Maronita de Nuestra Señora de Balvanera, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, buscando un milagro para una situación que estaba viviendo. Lo que haría ese día sería el origen de la tradición de los listones a san Charbel, que se propagaría en el país y otras naciones.
Monseñor Rogelio Peralta, rector de dicho santuario, señala que si bien no recuerda el problema que agobiaba a aquella mujer, tiene muy presente lo que hizo. “Con anterioridad ella había acudido y pedido a los santos de su devoción que intercedieran ante Dios para que le ayudara a arreglar su problema. Ese día llegó y se acercó a los santos que conocía”.
Ya iba de salida cuando vio la imagen de san Charbel. Aunque no le era familiar, se acercó a él y le dijo: “Yo no sé quién eres. Pero como ya le pedí a los demás santos un milagro y mi problema no se resuelve, pues te pido a ti. Por si estás muy ocupado resolviendo asuntos, te anoto mi encargo para que no se te vaya a olvidar”.
Y comenzó a buscar entre sus bolsas del mandado un papelito en que escribirle su petición. No encontró ningún papel, pero sí un rollo de listón, cortó un pedazo en el que anotó el ‘encargo’ y lo sujetó al pie de la imagen.
“A los tres días volvió feliz –platica monseñor Rogelio–: su problema se había resuelto. Me preguntó el nombre del santo. ‘San Charbel’, le dije. Me platicó lo ocurrido, y me preguntó cómo le podía agradecer que no fuera sólo de palabra. Se me ocurrió algo y se lo sugerí: ‘Pues si le pediste con un listón, agradécele con un listón’. Para mí lo más bonito de aquella experiencia fue ver que hay corazones agradecidos con el Señor’”.
Días después, la imagen de san Charbel lucía llena de listones de fieles que iban a pedir su intercesión anotándole en ellos su necesidad.
La costumbre de los listones de san Charbel se extendió a otras parroquias de la Ciudad de México, y pronto fue adoptada en otros estados y en el extranjero; pero también de forma rápida algunas personas fueron dándole un falso sentido a los colores: el rojo para el amor, el amarillo para el dinero, el verde para la salud, etcétera.
Así que, para alejar la tradición de esos matices esotéricos, monseñor Rogelio Peralta ha procurado difundir entre los fieles la recomendación de que utilicen listones de cualquier color para pedir, sea cual sea su situación, y el blanco para agradecer. Y así hoy lo hacen muchos fieles.
“Cuando veo listones blancos –dice el rector de la Catedral de Balvanera–, inmediatamente llega a mi cabeza: ‘Mi Dios sigue salvando, Jesucristo sigue acompañando y no defrauda a aquéllos que le buscan a través de sus santos’”, expresa el rector de la Catedral.
Colocar listones a san Charbel para hacerle peticiones escritas se ha vuelto una bella costumbre surgida en México y extendida hacia algunos países; incluso ha llegado a Líbano, donde se le ha adaptado con pañuelos en los que también sus devotos le dejan ruegos por su intercesión.
Sin embargo, se trata sólo de una tradición que acerca al fiel a la Iglesia, que invita a pedir y, por lo tanto, a rezar y a tener fe, explica monseñor Rogelio Peralta, rector de la Catedral maronita.
Los listones no deben ser vistos como sacramentales (signos sagrados reconocidos por la Iglesia para santificar circunstancias de la vida), como sí lo son los aceites benditos, como el ofrecido por los monjes del Monasterio de San Marón, para el uso de los fieles y que tiene el permiso de las autoridades eclesiales.
El rector señala que, a diferencia de los listones, el aceite de san Charbel es conocido en todo el mundo, y se administra a quienes desean sanar problemas físicos o espirituales. “Este aceite bendito se obtuvo al mezclar aceite de olivo con el líquido que segregaba el cuerpo difunto de san Charbel, mismo que fue exhumado nueve veces, en las que se descubrió incorrupto y segregando dicho líquido”.
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Señala que, según estudios científicos, el cuerpo transpiró mucha más agua de la que un humano puede contener. “Con aquel líquido comenzaron a ungir a enfermos que acudían al monasterio, y vieron que éstos presentaban mejorías. Así que determinaron mezclar el líquido de su trasudación con aceite de olivo; y de ahí fueron haciendo las siguientes mezclas, hasta lograr una cadena de mezclas que permite que hoy el aceite de san Charbel esté por todo el mundo”.
En Ciudad de México puede conseguirse en la Catedral de Balvanera. No se vende, pero se puede dar un donativo en agradecimiento.
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