El lunes 23 de marzo, el sacerdote de origen mexicano Jorge Ortiz-Garay, quien desempeñaba su ministerio en la Diócesis de Brooklyn y Queens, Nueva York (Estados Unidos), hizo una videollamada a la Ciudad de México para explicarle a sus padres -doña Estela y don Jorge- que se sentía muy mal, y que tenía que ir al hospital. Desde la Parroquia de Santa Brígida, de donde era párroco, pidieron una ambulancia y lo trasladaron.
El sacerdote fue atendido en el Hospital Central de Brooklyn, donde tras realizarle las pruebas correspondientes, le diagnosticaron COVID-19. En todo momento el padre Jorge mantuvo informada a su familia de lo que estaba viviendo y sufriendo, pero les pidió que tuvieran confianza, pues los médicos estaban convencidos de que superaría la enfermedad por ser una persona joven (49 años).
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Sin embargo, el jueves 26 de marzo por la noche, el padre Jorge hizo otra videollamada con su familia, pues tenía un presentimiento. Durante la conversación, sus padres, hermanos y sobrinos pudieron escucharlo bastante agitado. “Con palabras entrecortadas –recuerda su hermana Iraís– nos dijo que al día siguiente lo intubarían para iniciar un tratamiento más agresivo, similar al que se utiliza con los enfermos de malaria”.
Casi al final de la videollamada, pidió que le acercaran la cámara a su madre, y doña Estela entendió claramente lo que su hijo quería en ese momento, y a través de la pantalla, le dio su bendición. El sacerdote se despidió de toda su familia con un “¡Los quiero mucho”, y la frase que hizo suya a lo largo de su ministerio: “¡Ánimo, Dios es bueno!”.
El viernes 27 de marzo, Iraís recibió la llamada de las autoridades norteamericanas para informarle que su hermano había sido vencido por el coronavirus. Había muerto. Ahí inició una gran travesía que duró 40 días para reclamar el cuerpo y cumplir con la voluntad del sacerdote de ser enterrado en su “México, lindo y querido”.
Este miércoles 6 de mayo, el cuerpo del P. Jorge por fin llegó a la Ciudad de México, y mañana será sepultado en un panteón también de la capital del país, sin velorio ni ritos exequiales, pero con la presencia de sus padres y hermanos, y el acompañamiento espiritual de miles de mexicanos e hispanos migrantes, que desde los Estados Unidos, le agradecen haberlos acercado a Jesucristo a través de la espiritualidad de Santísima Virgen de Guadalupe.
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