La humildad es la virtud humana que nos lleva a la salvación que nos prometió Jesús y la cual podemos alcanzar al vivir y servir a nuestro prójimo, buscando el bien común.
La humildad es una virtud humana que implica conocer y aceptar las propias debilidades y cualidades que tenemos para actuar en consecuencia y, por ejemplo, aceptar cuando nos equivocamos, compartir nuestros conocimientos, ser agradecidos o saber pedir y dar el perdón, aseguró la hermana Andrea Méndez Mendoza.
Jesús, continuó la religiosa de la Congregación de Hermanas Franciscanas de la Inmaculada Concepción, nos enseñó que la humildad es una virtud necesaria para la salvación, por ello Él, a través de las Escrituras, nos invita a aprender a ser mansos y humildes de corazón.
Quienes forman parte de la Vida Consagrada, señaló, ponen en práctica la virtud de la humildad al reconocerse como criaturas amadas de Dios; agradecer las cualidades y talentos que Dios les otorgó; al desarrollar dichos talentos al máximo para ponerlos al servicio de los demás; al aceptar con sencillez sus errores y agradecer las correcciones que les hagan y aprovecharlas para mejorar, lo que contribuye a la salvación.
“Todo lo que realicemos ha de ser, como personas auténticas, para realizar nuestra misión, ya sea desde nuestra experiencia de ser hijos, padres o personas consagradas al servicio de Dios”, subrayó la hermana Andrea, quien atiende la Coordinación General de la Pastoral Educativa de la Congregación.
La virtud de la humildad se promueve en la vida consagrada a través del ejemplo de Jesús e incluso de los santos, por ello la Iglesia nos recuerda que es fundamental porque nos ayuda amar a cada persona como un hijo de Dios, creado a su imagen y semejanza, y por ello podemos alcanzar la salvación prometida.
Por esa razón, la humildad es fundamental para los educadores católicos, porque necesitan reconocer sus propias limitaciones y errores, además de tener la esperanza de que su labor dará frutos, aunque no sean ellos quienes los cosechen.
“La humildad se presenta como una virtud que nos permite vivir para los demás, sirviendo humildemente a nuestro prójimo y buscando el bien común. Es una virtud que nos ayuda en el diálogo y la cooperación, y nos acerca a Cristo, quien renueva constantemente a la Iglesia y a cada uno de sus miembros”, puntualizó la hermana franciscana.
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