Cuando la hermana Arlina Barral se enteró que viajaría a México para apoyar las labores del Centro Madre Assunta de las Misioneras Scalabrinianas en Tijuana, Baja California, conocía muy poco sobre nuestro país.
“Sólo sabía que era la tierra de Thalía”, recuerda entre risas. Sin hablar español, viajó a la frontera para atender a mujeres y niños migrantes. Aprendió el idioma viendo telenovelas.
En el 2000, una invitación del Cardenal Norberto Rivera la llevó a vivir en la CDMX para abrir la Pastoral de Movilidad Humana de esta Arquidiócesis, de la que sigue siendo responsable. “En reuniones me preguntan quién es el encargado de la Pastoral. Les digo que soy yo y las personas siguen buscando al padre. Más que un obstáculo, es un reto”.
No tiene dudas de que el papel de las mujeres es fundamental. “Sí, somos la ternura de la Iglesia, pero también luchamos, pensamos, reflexionamos y actuamos con mucha resiliencia en los procesos de evangelización”.
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