Iglesia en México

Homilía del Cardenal Aguiar en la Solemnidad del Bautismo del Señor

Haz ahora lo que te digo, porque es necesario que así cumplamos todo lo que Dios quiere”… (Mt 3, 15).

Con estas palabras, Jesús convence a Juan Bautista para que lo bautice en el Jordán. Nos podemos preguntar, ¿por qué era necesario el Bautismo de Jesús? Pero todavía más, ¿por qué necesitaba él ser bautizado?

Esta pregunta nos ayuda todavía a responder otras dos, ¿en qué consiste el Bautismo de Jesús? ¿y cuál es la diferencia con nuestro propio Bautismo? Fundamentalmente estas preguntas ayudan a entender lo que hemos recibido en el Bautismo, cuando Jesús le dice a Juan: “Haz ahora lo que te digo, porque es necesario que así cumplamos todo lo que Dios quiere” (Mt 3, 15).

Juan había predicado el arrepentimiento, la conversión, el cambio de conducta para adecuarla a los mandamientos, y él creía que bastaba esa conversión, pero no termina ahí el proceso, es el inicio. Además, Jesús no tiene nada de qué arrepentirse, está feliz de haberse encarnado, enviado por su padre; entonces, ¿por qué tiene que ser bautizado?

Juan lo había señalado previamente diciendo: Jesús, es el cordero de Dios (Jn 1,29), ahí tenemos la respuesta. Jesús no viene para pedir perdón él, Él es el Hijo de Dios, es Dios mismo, viene para reconciliar y conceder el perdón a quien por el arrepentimiento una persona se ha dispuesto a recibirlo.

Quien no se arrepiente no puede ser perdonado, aunque el otro le diga “yo te perdono”, aunque yo lo haya ofendido y él me perdone, es el arrepentimiento personal el que dispone para que yo reciba el perdón.

¿Jesús, por qué entonces es bautizado? Porque Él viene a conceder el perdón, el perdón que necesita completar el proceso del arrepentimiento, predicado por Juan Bautista, pero no sólo eso, por ello vemos, como lo dice el Evangelio, que al salir Jesús del agua una vez bautizado, se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que descendía sobre Él y se oyó una voz que decía: “Éste es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias” (Mt 3, 13-17).

Con el Bautismo, Jesús manifiesta esta teofanía, es decir, que él viene en nombre de Dios, no solamente para conceder el perdón, sino para que nosotros nos hagamos semejantes a Jesús, y por tanto hijos de Dios como él, no hijos de sangre, no hijos por naturaleza, sino hijos por adopción.

Somos adoptados por el Bautismo, ésta es la doble respuesta que podemos darnos a través de este Evangelio: Jesús viene a bautizarse para anunciar, que ya es posible recibir el perdón de Dios.

Segundo, Jesús viene a bautizarse él para manifestar el deseo, lo que Dios quiere que se cumpla en Jesucristo, darnos este magnifico regalo, de no solamente ser sus criaturas, seres creados por él, sino hacernos hijos de Dios, y por tanto, partícipes de la misma herencia, se abren los cielos no solamente para manifestar lo que Dios quiere, sino se abren los cielos de manera efectiva para nosotros participar en la Casa del Padre.

¿Y nosotros por qué somos bautizados? Nosotros recibimos el Bautismo en el nombre del Señor para recibir ese perdón, todos tus pecados te son perdonados. Y segundo, para recibir la condición de hijos adoptivos de Dios.

Es muy importante distinguir estos dos aspectos que tiene el Bautismo, primero para tener siempre la oportunidad de que cometamos cualquier error, pecado, por más grave que sea, obtendremos el perdón de Dios, somos sus hijos, nos ama, nos quiere, nos comprende, nos entiende, nadie será rechazado por Dios si arrepentido le pide perdón.

Pero segundo, y lo más grandioso, nos concede el ser hijos suyos. Para eso vienen las lecturas anteriores, la del profeta Isaías y la de los Hechos de los Apóstoles, no debemos quedarnos muy contentitos diciendo: “Ya soy hijo de Dios, ya soy hijo de Dios”, sino esa alegría y ese entusiasmo nos tiene que proyectar para realizar, como lo hizo Jesús, la misión de edificar la familia de Dios.

De la misma manera que un buen papá y una buena mamá se preocupan de sus hijos y construyen un hogar donde hay fraternidad y amor, así estamos llamados, como dice el profeta Isaías, a asumir estas características del Siervo de Yahvé, que en cada uno de nosotros se pueda decir: “he aquí a mi siervo” (Is 42, 1). Servidor para el aprendizaje del amor, respetando la llama que queda, lo que haya, desde donde esté la persona, no importando en qué condiciones se encuentre, nosotros tenemos que darle la mano.

Por eso hace un momento, antes de esta Eucaristía, con mucha gratitud a Dios bendijimos la escultura de Jesús sin hogar, que está ahora aquí en la Catedral, en el atrio, muy cerca de la reja lateral derecha, donde pasa la gente. Jesús sin hogar recuerda que necesita en la persona de los más necesitados, la ayuda de otros para ayudarle a encontrarse como hijo, como hermano, como miembro de la familia de Dios.

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Ahora veamos, es el momento oportuno de revisarnos, ¿yo he aprendido en qué consiste esta misión de ser hijo de Dios, discípulo de Jesús? Porque podemos preguntar si le hemos dado a nuestros hijos esta formación en la fe que nos ofrece la Iglesia en la catequesis.

Si no nos formamos para conocer el regalo de Dios, no lo vamos a saber utilizar, lo despreciaremos ignorándolo. Hay muchos padres de familia que se resisten a enviar a sus hijos al catecismo y más cuando les dicen “van a ser 5 años, 6 años, qué barbaridad, para hacer eso y llegar a la Primera Comunión, es mucho tiempo para recibir la Confirmación”.

Nunca es mucho tiempo para poder aprender a ser el hijo de Dios, que quiere de nosotros. Tenemos en este tiempo una urgencia de preparar a los niños para que cuando lleguen a la adolescencia no se suiciden, no se aficionen a las adicciones, no vayan a la violencia, a la codicia de quererse enriquecer y meterse en la delincuencia organizada. Si no los formamos, estaremos dejándolos indefensos, para ser auténticos hijos de Dios que construyen fraternidad.

Les pido a todos ustedes que tomemos conciencia de este compromiso bautismal, de ser verdaderamente hijos de Dios, y que a los niños les ofrezcamos y los entusiasmemos para conocer mejor a Jesús y poder ser como Él.

Que así sea.

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Cardenal Carlos Aguiar Retes

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