Iglesia en México

Homilía del Arzobispo Aguiar en la Jornada de la Vida Consagrada 2020

Ustedes son la sal de la tierra… ustedes son la luz del mundo (Mt. 5,13-16).

Esta misión de ser sal y luz, de darle sabor a la vida humana y de iluminar el camino para que esa vida humana sea satisfactoria y plena es tarea para todos los discípulos de Cristo, todos los que hemos sido bautizados en su nombre hemos recibido esta misión. Iluminar el camino de la humanidad y darle sentido a la actividad del hombre en su peregrinar por esta tierra para llegar a la casa del Padre. 

Cómo podemos ser sal, cómo podemos ser luz. El profeta Isaías en la primera lectura afirma con toda claridad, con algunos ejemplos: Comparte tu pan con el hambriento, abre tu casa al pobre sin techo, viste al desnudo, no des la espalda a tu propio hermano, entonces surgirá tu luz como la aurora, entonces cicatrizarán de prisa tus heridas (Is. 58, 7-8). 

Lee: ¿Qué hacen los Institutos de Vida Consagrada de la Arquidiócesis?

La acción de la caridad con aquel que es un necesitado, un prójimo que está cerca de nosotros, si miramos por él y le ayudamos, ése es el camino. No sólo para la persona que se le brinda esa ayuda, sino para nosotros mismos, cuando el Profeta anuncia que seremos luz; también seremos beneficiados, al decir: cicatrizará de prisa tus heridas. Ayudando al otro, nos ayudamos a nosotros mismos. 

Más adelante, dice el mismo profeta, obrando de esta manera: invocarás al Señor y él te responderá, lo llamarás y él te dirá ‘aquí estoy’ (Is 58, 9).

El Arzobispo Carlos Aguiar en la Basílica de Guadalupe. Foto: María Langarica/DLF

Ésta es la gran sorpresa que indica Jesús en una parábola cuando dijo: tú le diste de comer a tu hermano, pero lo hiciste conmigo. Tú le diste de vestir a tu hermano necesitado, pero lo hiciste conmigo. Entra, forma parte del rebaño del Señor, ven, bendito de mi Padre. 

Así, dice el Profeta Isaías, seremos luz, iluminaremos el camino. Así seremos sal, que dé sabor, es decir, sentido a la vida. 

Esta misión es para todo bautizado, para todo discípulo de Cristo, y hay que desarrollarla especialmente en la familia, en esta comunidad célula, ahí se plenifica, se intensifica, y es de gran auxilio para la misión de la Iglesia. Este paso estamos llamados todos a vivirlo. Pero además, El Señor elige y llama a varones y mujeres que consagren su vida al servicio del Reino de Dios en campos muy especiales. 

Por eso estamos muy alegres, muy contentos y agradecidos con Dios por la presencia de la vida consagrada en nuestra Arquidiócesis de México. Cerca de 4,500 personas son las consagradas en nuestro territorio. 

Aquí están muchos de ellos presentes, las saludo con cariño, con afecto y también quiero a partir de eso, que entendamos bien las palabras de San Pablo, el Apóstol, en la segunda lectura, cuando escribe a los Corintios: no busqué anunciarles el Evangelio mediante la elocuencia del lenguaje o la sabiduría humana, sino que resolví no hablarles sino de Jesucristo, más aún, de Jesucristo crucificado (1 Co 2, 1-2). Eso es lo que hace la vida consagrada de manera más intensa como luz del mundo y sal de la tierra. 

Dan toda su vida para unirse en comunidad, y según el carisma de cada Institución se entregan generosamente, como lo sabemos quienes conocemos su obra, a realizar una labor de ayuda al prójimo, en situaciones la mayoría de las veces muy difíciles, para lo cual se necesita una gran abnegación. 

Ayudando a los indigentes; a los niños sin techo, a los ancianos; atendiendo a nuestros sacerdotes mayores, que ya no se valen por sí mismos; atendiendo a personas en riesgo, por causa de la degradación que en nuestra sociedad se da en muchos ámbitos de la vida humana, en donde no se respeta la dignidad de todo ser humano.

Por eso el profeta Isaías alerta, generando esperanza: Cuando renuncies a oprimir a los demás y destierres de ti el gesto amenazador y la palabra ofensiva, brillará tu luz en las tinieblas (Is 58, 9-10)

Renunciar a la opresión, a la amenaza, a la ofensa al prójimo, son actitudes fundamentales que intensifican religiosos, religiosas, consagrados y consagradas, atendiendo muchas veces a personas que ellos no conocen, pero los encuentran en situaciones vulnerables como las redes de prostitución, de trata de personas. Los consagrados, con su acompañamiento y apoyo dan sentido a esas personas que han tenido heridas profundas de falta de respeto a su propia dignidad. 

Esa es la luz y esa es la sal que necesita urgentemente nuestro mundo de hoy, para ello se necesita tener la actitud plena de donación de su vida hasta el extremo, como lo hizo Cristo en la cruz. 

Religiosas en la celebración de la Jornada de la Vida Consagrada 2020. Foto: María Langarica/DLF

Oremos por todos los discípulos de Cristo para que seamos luz y sal, especialmente en este día oremos por todos los consagrados y consagradas de nuestra Arquidiócesis de México para que la gracia de Dios los fortalezca y los haga crecer en la comunión entre unos y otros, y den el testimonio del amor de Dios Padre, lo cual es una gran fortaleza para la vida de la Iglesia. 

El testimonio intenso de oración, de abnegación y de la caridad es la plenitud del amor. Entregamos en manos de María de Guadalupe a estas 4,500 personas consagradas al servicio de nuestra iglesia particular, de la Arquidiócesis de México. 

Que así sea. 

Lee: Papa Francisco, la vida consagrada es un don de Dios

Cardenal Carlos Aguiar Retes

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