Iglesia en México

Homilía del Arzobispo Aguiar en el Domingo XVII del Tiempo Ordinario

“Te pido que me concedas sabiduría de corazón, para que sepa gobernar a tu pueblo y distinguir entre el bien y el mal” (1Re. 3, 9).

El hombre sabio según la Biblia es el hombre de la palabra que sabe dar consejos, que recoge la experiencia de la historia y la hace suya para indagar y entender el sentido de las situaciones humanas. Recibe con apertura la doctrina, las tradiciones, y los consejos. Es un hombre fuerte, firme y paciente que domina la ira, es humilde y no se considera a sí mismo como sabio, reconoce que debe evitar lo malo y que deberá dar cuenta a Dios de su proceder. Por eso se capacita a su vez, como consejero, maestro y educador, en una palabra se convierte en fuente de vida para los demás.

Cuando un hombre sabio se le confiere la autoridad de gobierno expresa el arte de saber escuchar para aplicar la ley no simplemente a la letra, sino conociendo los contextos del acontecimiento, y juzgar, clarificando lo que procede en justicia. Salomón recibió la tarea de continuar la magnífica labor de su padre el Rey David, quien logró dar al pueblo de Israel la necesaria organización social, política, y religiosa, logrando el orden y la paz anhelada.

Cuando hay que suceder a alguien que ha hecho muy bien las cosas, el sucesor inicia con una mayor responsabilidad, que quien inicia algo nuevo, o algo que ha sido mal administrado. Ante este enorme reto Salomón acude a Dios, mediante la oración y abre su corazón, pidiendo lo que agrada a Dios.

¿Nosotros le hemos pedido a Dios la sabiduría de corazón? ¿Padres de familia, maestros y educadores, autoridades y líderes sociales, cuál es nuestra principal petición a Dios para cumplir nuestras responsabilidades? Sigamos el ejemplo de Salomón y seguramente Dios nos concederá la sabiduría de corazón y nos dirá también: “Por haberme pedido esto, y no una larga vida, ni riquezas, ni la muerte de tus enemigos, sino sabiduría para gobernar, yo te concedo lo que me has pedido”.

San Pablo en la segunda lectura recuerda que Dios nos ha creado para que demos testimonio de su Hijo Jesucristo, para ello debemos aceptar su designio salvífico, y Él nos concede la gracia necesaria para cumplir nuestra misión: “Hermanos: ya sabemos que todo contribuye para bien de los que aman a Dios, de aquellos que han sido llamados por Él, según su designio salvador. En efecto, a quienes conoce de antemano, los predestina para que reproduzcan en sí mismos la imagen de su propio Hijo, a fin de que Él sea el primogénito entre muchos hermanos”.

Hoy hemos escuchado a Jesús estas parábolas: “El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en un campo. El que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va y vende cuanto tiene y compra aquel campo. El Reino de los Cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una perla muy valiosa, va y vende cuanto tiene y la compra”.

El tesoro escondido está en nuestro propio interior. Cada uno de nosotros es el campo donde está escondido el tesoro, es nuestro corazón, que simboliza nuestro espíritu y que debe ponerse en comunicación con Dios mediante la oración para recibir la sabiduría de corazón.

La perla muy valiosa es nuestra manera de comerciar, de intercambiar con los demás, de poner en práctica la sabiduría de corazón para escuchar y comprender a nuestros prójimos, para cumplir nuestras responsabilidades e interactuar en favor de nuestra sociedad.

Ante esta realidad es consolador conocer la paciencia de Dios, que refleja la parábola de la red con la pesca: “El Reino de los cielos se parece a la red que los pescadores echan en el mar y recoge toda clase de peces. Cuando se llena la red, los pescadores la sacan a la playa y se sientan a escoger los pescados; ponen los buenos en canastos y tiran los malos. Lo mismo sucederá al final de los tiempos”.

Para llevar a cabo esta experiencia de conducirme como una persona sabia, Dios me ha concedido la vida. Porque efectivamente es un aprendizaje gradual, que lleva tiempo y casi siempre entre tumbos y yerros, entre caídas y levantadas, entre triunfos y fracasos, entre aciertos y errores, entre aceptaciones y rechazos de los demás.

Tenemos la vida por delante, es nuestra oportunidad de pedir a Dios la sabiduría de corazón y ejercitarla con paciencia y constancia, y siguiendo ese camino, día a día, llegaremos a ser personas muy positivas y alegres, de esas que da gusto conocer y con ellas colaborar. Pero además tendremos siempre la paz interior ante las adversidades y contratiempos, y la esperanza necesaria para afrontar con fortaleza los fracasos y derrotas.

Así llegaremos a ser personas que, de la experiencia vivida, tendremos siempre palabras de aliento, motivación y consuelo, para dar respuesta ante situaciones nuevas, cumpliendo en nosotros lo que Jesús ha dicho: “Todo escriba instruido en las cosas del Reino de los cielos es semejante al padre de familia, que va sacando de su tesoro cosas nuevas y cosas antiguas”.

Con gran confianza hagamos nuestra la expresión del Salmo que hemos recitado: “Para mí valen más tus enseñanzas, que miles de monedas de oro y plata; Tus preceptos, Señor, son admirables, por eso yo los sigo. La explicación de tu palabra da luz y entendimiento a los sencillos” (Salmo 118, 72. 129-130).

La primicia, entre todas las creaturas, que ha logrado a la perfección ejercitar la sabiduría de corazón es nuestra Madre, María de Guadalupe. Por ello, invito a todos a pedirle nos auxilie para que en nuestro pueblo de México aprendamos a pedir la sabiduría de corazón, y vivir manifestando la misericordia y el amor a nuestros prójimos.

Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

 

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Cardenal Carlos Aguiar Retes

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