“Se ha cumplido el tiempo y el Reino de Dios está llegando. Conviértanse y crean en el Evangelio”.
El primer anuncio y mensaje de Jesucristo es que ha llegado el Reino de Dios, porque él, como Hijo de Dios, al encarnarse ha hecho presente a Dios en la Historia de la humanidad. Y como bien advirtió: “Sepan, que yo estoy con Ustedes hasta el final de los tiempos” (Mt. 28,20); significa que Jesucristo camina con nosotros y a través de nosotros, como lo expresa su inmediata llamada a congregar a sus discípulos que prolongarán su presencia en el mundo.
“Jesús… vio a Simón y a su hermano, Andrés, y les dijo: Síganme y haré de ustedes pescadores de hombres. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante, vio a Santiago y a Juan,… y los llamó, y ellos, dejando en la barca a su padre …, se fueron con Jesús”.
Seguir a Jesús es más que simplemente aceptar sus enseñanzas, seguir a Jesús es en consecuencia formar parte de la comunidad de discípulos. La Conversión a la que llama Jesús, no es solo arrepentirse de los pecados y adecuar mi conducta a los mandamientos de la ley de Dios, sino que debe ir acompañada de creer la Buena Noticia, el Reino de Dios ha llegado, y en decidir integrarse a la comunidad de discípulos de Cristo. A este paso, el documento de Aparecida lo ha llamado Conversión Pastoral.
El documento en el número 368 plantea la exigencia que implica dar este paso: “La conversión pastoral requiere que las comunidades eclesiales sean comunidades de discípulos misioneros en torno a Jesucristo, Maestro y Pastor. De allí, nace la actitud de apertura, de diálogo y disponibilidad para promover la corresponsabilidad y participación efectiva de todos los fieles en la vida de las comunidades cristianas. Hoy, más que nunca, el testimonio de comunión eclesial y la santidad son una urgencia pastoral. La programación pastoral ha de inspirarse en el mandamiento nuevo del amor”.
La comunidad de discípulos que sigue a Jesús, vive los valores del Reino iluminados por la Palabra de Dios, lo cual implica que consideremos que no solo somos buenos católicos, participando como fieles en la celebración de los Sacramentos y en las prácticas religiosas y culturales que ofrecemos en nuestros templos, sino que asumamos el compromiso de integrarnos en pequeñas comunidades en torno a la Palabra de Dios, que oriente nuestro actuar, confronte nuestro caminar, y nos lance con esperanza y decisión a ser una Iglesia en salida, una Iglesia que promueva el anuncio kerigmático de la Buena Nueva en nuestros propios ambientes de vida y en los diversos contextos sociales.
Así lo propone el documento de Aparecida en el No. 370: “La conversión pastoral de nuestras comunidades exige que se pase de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera. Así será posible que el único programa del Evangelio siga introduciéndose en la historia de cada comunidad eclesial (NMI 12) con nuevo ardor misionero, haciendo que la Iglesia se manifieste como una madre que sale al encuentro, una casa acogedora, una escuela permanente de comunión misionera”.
Para ello, viene muy bien la advertencia de San Pablo: “la vida es corta. Por tanto, conviene que los casados vivan como si no lo estuvieran; los que sufren, como si no sufrieran; los que están alegres, como si no se alegraran; los que compran, como si no compraran; los que disfrutan del mundo, como si no disfrutaran de él; porque este mundo que vemos es pasajero”.
En efecto, necesitamos adquirir una actitud de desapego a los bienes de esta vida, para poder, como los primeros discípulos, centrar nuestra vida en la proclamación del Reino de Dios, y en el testimonio personal y comunitario de los valores del Reino.
Los invito a que hagamos nuestra la orden que Dios dirigió a Jonás: “Levántate y vete a Nínive, la gran capital, para anunciar ahí el mensaje que te voy a indicar”. Con la confianza y esperanza de que nuestros interlocutores en toda América Latina y el Caribe respondan como lo hicieron los ninivitas a la predicación de Jonás: “Los ninivitas creyeron en Dios”, y actuaron en consecuencia.
La tarea queda clara, recordando los números 366 y 367 del documento de Aparecida: “estamos llamados a asumir una actitud de permanente conversión pastoral, que implica escuchar con atención y discernir “lo que el Espíritu está diciendo a las Iglesias” (Ap 2, 29) a través de los signos de los tiempos en los que Dios se manifiesta. La pastoral de la Iglesia no puede prescindir del contexto histórico donde viven sus miembros. Su vida acontece en contextos socioculturales bien concretos. Estas transformaciones sociales y culturales representan naturalmente nuevos desafíos para la Iglesia en su misión de construir el Reino de Dios. De allí nace la necesidad, en fidelidad al Espíritu Santo que la conduce, de una renovación eclesial, que implica reformas espirituales, pastorales y también institucionales”.
A la luz de estos párrafos considero, que el Papa Francisco tiene toda la razón al a haber indicado al CELAM, que en lugar de convocar a una VI Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, se celebrara en noviembre próximo en nuestro País, la primera Asamblea Eclesial de Latinoamérica y el Caribe, que hoy anunciamos con la finalidad de retomar el documento de Aparecida para impulsar el proceso de su aplicación en nuestras Diócesis.
Pidamos a Nuestra Madre, María de Guadalupe, que nos acompañe en el camino de preparación de la Asamblea Eclesial, y en la posterior fecundidad para cumplir la misión de proclamar y testimoniar como lo hizo Jesús, que Dios Padre nos ama, y nos regala los dones del Espíritu Santo para vivir conforme a las enseñanzas y ejemplo de su Hijo Jesucristo, Nuestro Señor. ¡Que así sea!
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