Este 7 de enero falleció a los 58 años de edad el padre Miguel Ángel Molinero, sacerdote arquidiocesano muy querido entre el presbiterio, los institutos de Vida Consagrada, los seminaristas y la comunidad en general, especialmente la de la Parroquia Purificación de Nuestra Señora de la Candelaria (San José Insurgentes), a la que él pertenecía.
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El padre Miguel Ángel, además de ser vicario en dicha parroquia, se desempeñaba como Vicario Episcopal adjunto para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica.
Sobre la calidad humana y cristiana del padre Miguel Ángel Molinero, el padre Pablo Monjarás -Vicario Episcopal de la V Zona Pastoral y quien lo conocía desde tiempo atrás-, señala que era un sacerdote sumamente receptivo y atento a las necesidades de toda persona, lleno de detalles para el presbiterio y la comunidad.
“Promovía mucho la fraternidad entre sacerdotes, y cuando alguno lo necesitaba, él estaba listo para servir de una manera muy alegre. Si algo en especial se pudiera decir de él, es que fue un claro testigo de la alegría del Evangelio”.
El padre Monjarás señala que, así como duele su partida a todos los presbíteros con quienes él tenía relación, también duele a una gran cantidad de religiosas, cuya simpatía, cariño y respeto se ganó a pulso, por su entusiasmo y cercanía. “Sin embargo, sabemos que Dios recompensa a quien sirve con entrega y solicitud a su Iglesia, como fue su caso”.
Por su parte, el padre Arturo Esquivel, quien conocía al padre Miguel Ángel desde hace 42 años -cuando ingresaron juntos al Seminario Menor-, platica que si bien se distinguía por ser un sacerdote alegre y servicial, también por ser alguien muy bromista y espontáneo, lo cual le facilitaba la comunicación con las religiosas, por quienes él tenía una especial predilección desde que era joven.
“Él y yo éramos muy diferentes, pero también los mejores amigos. Yo nunca fui muy ‘monjero’ -bromea el padre Arturo-, y el sí; yo acepto que en ocasiones me he dejado llevar por cuestiones mundanas, como las modas o las marcas; pero él no. Él era feliz siendo sacerdote y vistiendo como sacerdote: alzacuello, suéter y pantalón de sacerdote. Jamás buscó seguridades en algo que no tuviera que ver con Dios”.
Tan pocas pretensiones tenía el padre Miguel Ángel -señala el padre Arturo-, que no buscó ir a estudiar a Roma ni conseguir títulos dentro de la Iglesia; “de hecho, rechazó ser párroco y mejor quedarse como vicario parroquial, porque todo lo que él deseaba era poder servir y atender a las personas, y desde ahí tenía más oportunidad de hacerlo”.
“Hoy vivimos un momento de dolor, así que mi mensaje para mis hermanos sacerdotes es que agradezcamos a Dios por el legado de humildad y servicio que el padre Miguel nos dejó. A mis hermanas religiosas, les digo que él las amó siempre. Y a los fieles, que si bien todos lo vamos a extrañar, confiemos en lo que predicamos: en la vida eterna. ¡Dios lo debe tener con Él el paraíso!”, finaliza el padre Arturo Esquivel.
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