A menos de un mes de cumplir 50 años de edad, el padre Héctor Mario Pérez Villarreal ha recibido lo que quizás sea la encomienda más importante en su vida: servir a la Iglesia de Jesucristo como obispo auxiliar en una de las diócesis con mayor número de fieles y territorio del mundo, la Arquidiócesis Primada de México.
Originario de la ciudad de Monterrey, Nuevo León, el ahora obispo electo es Doctor en Teología Dogmática por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, y cuenta con un itinerario pastoral que le ha permitido tener una amplia experiencia tanto como párroco, formador del seminario, y sobre todo, en atención a los jóvenes. En entrevista con Desde la fe, el obispo electo asegura que ha recibido esta nueva encomienda con mucha gratitud hacia Dios porque “es un don completamente inmerecido”, pero también, pese a su experiencia en el ámbito urbano, con “temor y temblor”, pues considera que la responsabilidad es muy grande.
“Pero he dicho que sí, porque confío en que, al igual que como ha sido en mis 21 años de sacerdocio, Dios me dará la gracia para responderle con fidelidad. Sin duda es un reto que me hace crecer en la fe, en el amor a la Iglesia y que me acerca más a Jesucristo”.
Por lo pronto, la Ciudad de México no le es ajena, no sólo por su conocimiento de las necesidades pastorales de las grandes urbes, sino por el hecho de haber vivido más de cinco años en la capital del país cuando estudió el bachillerato y la licenciatura en Teología Dogmática en la Universidad Pontificia de México, de 1995 a 2001.
Durante ese tiempo, combinó sus estudios con varios apostolados, entre ellos, la atención espiritual a una comunidad de Pemex, en la Comunidad Católica de Sordos en San Hipólito y en el Instituto Nacional de Cancerología. “No logré conocer toda la Ciudad de México en ese tiempo, porque es enorme, pero tuve un valioso acercamiento”, afirma.
La atención pastoral a la juventud es sin duda algo de lo más rico que ha tenido en su ministerio. Ha sido coordinador diocesano de la Pastoral Juvenil en Monterrey y fue cofundador del programa de rehabilitación de pandilleros: Raza Nueva en Cristo, una agrupación de ex pandilleros asesorada por la Iglesia regiomontana, cuya finalidad es atender pastoralmente a quienes forman parte de estas bandas.
Para el padre Pérez Villarreal, los jóvenes son el gran reto de la Iglesia, y un reto personal en su ministerio. “Actualmente los jóvenes están pasando por una etapa muy difícil, con muchas opciones y confusiones. Yo trabajé con las pandillas en las calles, precisamente porque son jóvenes que han sido atacados de muchas maneras y pierden muy fácilmente su fe. Como Iglesia, tenemos que darles un testimonio de sentido para su vida”.
Sobre la realidad que se vive en la capital del país, considera que no necesariamente es la misma que en Monterrey, sino que cada urbe tiene sus propias complejidades. Por ello –apunta– quiero llegar, escuchar las preocupaciones del Cardenal, de los sacerdotes y de la gente, para poder comprender el reto específico que tiene la Arquidiócesis de México. “No tengo recetas para cumplir esta encomienda de Dios, pero sí tengo el deseo de escuchar y discernir su presencia para atender y responder a este gran reto”.
Pese a las diferencias entre ambas arquidiócesis, el obispo electo considera que en las grandes urbes hay problemas similares, como las personas que han sido olvidadas por todos; “las periferias no significan nada más cuestiones territoriales, hay muchas personas que se sienten alejadas porque han sido ignoradas por la comunidad. Dios nos conceda tener la capacidad de escucha y de respuesta generosa para asumir la misión que Él nos encomienda”.
Tras señalar que conoce al Cardenal Carlos Aguiar Retes, sobre todo de aquellos tiempos en que el ahora Arzobispo de México era rector de la residencia sacerdotal de la Universidad Pontificia de México, y él estudiante, el padre Héctor Mario Pérez se dice listo para colaborar con él y con toda la Iglesia arquidiocesana: obispos auxiliares, sacerdotes, religiosos y religiosas en fieles laicos, en esta nueva etapa de su vida, siempre “tomado de la mano de Jesucristo y de Santa María de Guadalupe”.
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