Si bien la Iglesia reitera que “independientemente de su tendencia sexual” toda persona “ha de ser respetada en su dignidad y acogida con respeto”, también destaca los “decisivos elementos críticos presentes en la teoría de género”, así como en el impulso a la práctica del cambio de sexo.
Los argumentos se recogen en detalle en la declaración Dignitas infinita sobre la dignidad humana, un documento encargado por el Papa Francisco al Dicasterio para la Doctrina de La Fe que tomó más de cinco años de deliberaciones hasta finalmente ver luz esta semana.
En el texto se pide evitar “todo signo de discriminación injusta”, así como “cualquier forma de agresión y violencia”. Además, se llama a “denunciar como contrario a la dignidad humana que en algunos lugares se encarcele, torture e incluso prive del bien de la vida, a no pocas personas, únicamente por su orientación sexual”.
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Por otra parte, señala que “el camino hacia la paz exige el respeto de los derechos humanos, según la sencilla pero clara formulación contenida en la Declaración Universal de los Derechos Humanos”. Pero, tras indicar que “se trata de principios racionalmente evidentes y comúnmente aceptados”, advierte sobre los intentos en las últimas décadas “de introducir nuevos derechos, no del todo compatibles respecto a los definidos originalmente y no siempre aceptables”.
Esto, indica, ha dado lugar a “colonizaciones ideológicas, entre las que ocupa un lugar central la teoría de género, que es extremadamente peligrosa porque borra las diferencias en su pretensión de igualar a todos”.
El documento vaticano argumenta que con respecto a la teoría de género, “sobre cuya consistencia científica se debate mucho en la comunidad de expertos, la Iglesia recuerda que la vida humana, en todos sus componentes, físicos y espirituales, es un don de Dios, que debe ser acogido con gratitud y puesto al servicio del bien”.
En tal sentido, estima que “querer disponer de sí mismo, como prescribe la teoría de género, sin tener en cuenta esta verdad fundamental de la vida humana como don, no significa otra cosa que ceder a la vieja tentación de que el ser humano se convierta en Dios…”.
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Un segundo aspecto que se señala sobre la ideología de género es que “pretende negar la mayor diferencia posible entre los seres vivos: la diferencia sexual. Esta diferencia constitutiva no sólo es la mayor imaginable, sino también la más bella y la más poderosa: logra, en la pareja varón-mujer, la reciprocidad más admirable y es, por tanto, la fuente de ese milagro que nunca deja de asombrarnos que es la llegada de nuevos seres humanos al mundo”.
Abunda que “el respeto del propio cuerpo y de los otros es esencial ante la proliferación y reivindicación de nuevos derechos que avanza la teoría de género. Esta ideología ‘presenta una sociedad sin diferencias de sexo, y vacía el fundamento antropológico de la familia’. Por tanto, resulta inaceptable que ‘algunas ideologías de este tipo, que pretenden responder a ciertas aspiraciones a veces comprensibles, procuren imponerse como un pensamiento único que determine incluso la educación de los niños”.
“No hay que ignorar que ‘el sexo biológico (sex) y el papel sociocultural del sexo (gender), se pueden distinguir pero no separar’. Por lo tanto, debe rechazarse todo intento de ocultar la referencia a la evidente diferencia sexual entre hombres y mujeres: ‘no podemos separar lo que es masculino y femenino de la obra creada por Dios, que es anterior a todas nuestras decisiones y experiencias, donde hay elementos biológicos que es imposible ignorar’”.
De igual forma, el documento del Dicasterio para la Doctrina de la Fe recuerda que la dignidad del cuerpo “no puede considerarse inferior a la de la persona como tal”. Con base en el Catecismo de la Iglesia Católica señala que “es en el cuerpo, de hecho, donde cada persona se reconoce generada por los demás, y es a través de su cuerpo que el varón y la mujer pueden establecer una relación de amor capaz de generar a otras personas”.
Sobre la necesidad de respetar el orden natural de la persona humana cita palabras del Papa Francisco, según las cuales “lo creado nos precede y debe ser recibido como don. Al mismo tiempo, somos llamados a custodiar nuestra humanidad, y eso significa ante todo aceptarla y respetarla como ha sido creada”.
“De ahí que toda operación de cambio de sexo, por regla general, corra el riesgo de atentar contra la dignidad única que la persona ha recibido desde el momento de la concepción”.
No obstante, ello “no significa que se excluya la posibilidad de que una persona afectada por anomalías genitales, que ya son evidentes al nacer o que se desarrollan posteriormente, pueda optar por recibir asistencia médica con el objetivo de resolver esas anomalías”.
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