Este miércoles 25 de octubre, luego de la primera sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de la Sinodalidad 2023-2024 realizada en Roma, se dio a conocer una Carta al Pueblo de Dios, para que todos los miembros de la Iglesia Universal conozcan cuál es el camino y su participación en una Iglesia sinodal.
Al concluir los trabajos de la primera sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de la Sinodalidad, queremos agradecer a Dios, junto con todos ustedes, por la hermosa y enriquecedora experiencia que hemos vivido. Vivimos este tiempo bendito en profunda comunión con todos ustedes. Fuimos sostenidos por sus oraciones, llevando con nosotros sus expectativas, preguntas y miedos.
Como pidió el Papa Francisco hace dos años, se inició un largo proceso de escucha y discernimiento, abierto a todo el Pueblo de Dios, sin excluir a nadie, para “caminar juntos” bajo la guía del Espíritu Santo, discípulos misioneros comprometidos a seguir las enseñanzas de Jesucristo.
Por primera vez, por solicitud del Papa Francisco, hombres y mujeres han sido invitados, en virtud de su Bautismo, a sentarse en la misma mesa para participar no sólo en las discusiones, sino también en el proceso de votación de esta Asamblea del Sínodo de los Obispos (Sínodo de la Sinodalidad 2023).
Usando el método de la conversación en el Espíritu, hemos compartido humildemente la riqueza y la pobreza de nuestras comunidades de todos los continentes, buscando discernir lo que el Espíritu Santo quiere decir a la Iglesia hoy. Así, hemos experimentado también la importancia de favorecer los intercambios mutuos entre la tradición latina y las tradiciones del cristianismo oriental.
La participación de delegados fraternos de otras Iglesias y Comunidades eclesiales enriqueció profundamente nuestros debates.
Rezamos por las víctimas de la violencia mortal, sin olvidar a todos aquellos que se han visto obligados por la miseria y la corrupción a tomar el peligroso camino de la migración. Aseguramos nuestra solidaridad y compromiso junto a las mujeres y hombres de todo el mundo que trabajan para construir la justicia y la paz.
Por invitación del Santo Padre, dejamos un espacio significativo al silencio para fomentar la escucha mutua y el deseo de comunión en el Espíritu entre nosotros.
Durante la vigilia ecuménica de apertura hemos experimentado cómo aumenta la sed de unidad en la contemplación silenciosa de Cristo crucificado. De hecho, la cruz es la única cátedra de Aquel que, habiéndose entregado a sí mismo por la salvación del mundo, confió a sus discípulos a su Padre, para que “todos sean uno” (Juan 17,21).
Firmemente unidos en la esperanza que trae su Resurrección, le confiamos nuestra casa común, donde los gritos de la tierra y de los pobres son cada vez más urgentes: “¡Laudate Deum!” (“¡Alabado sea Dios!”), como nos recordó el Papa Francisco al comienzo de nuestro trabajo.
Día a día sentimos la apremiante llamada a la conversión pastoral y misionera. Porque la vocación de la Iglesia es anunciar el Evangelio no centrándose en sí misma, sino poniéndose al servicio del amor infinito con el que Dios amó al mundo (cf. Juan 3,16).
Cuando se preguntó a las personas sin hogar cerca de la Plaza de San Pedro sobre sus expectativas respecto de la Iglesia con motivo de este sínodo, respondieron: “¡Amor!”. Este amor debe seguir siendo siempre el corazón ardiente de la Iglesia, un amor trinitario y eucarístico, como recordó el Papa el 15 de octubre, a mitad de nuestra asamblea, invocando el mensaje de Santa Teresa del Niño Jesús.
Es la “confianza” la que nos da la audacia y la libertad interior que hemos experimentado, sin dudar en expresar libre y humildemente nuestras convergencias, diferencias, deseos e interrogantes.
¿Y ahora? Esperamos que los meses previos a la segunda sesión en octubre de 2024 permitan a todos participar concretamente en el dinamismo de la comunión misionera indicado por la palabra “sínodo”.
No se trata de ideología, sino de una experiencia arraigada en la tradición apostólica. Como nos recordó el Papa al inicio de este proceso, “la comunión y la misión corren el riesgo de quedar algo abstractas, a menos que cultivemos una praxis eclesial que exprese la concreción de la sinodalidad (…) fomentando una implicación real de todos y cada uno” (9 de octubre de 2021).
Hay múltiples desafíos y numerosas preguntas: el informe de síntesis de la primera sesión especificará los puntos de acuerdo a los que hemos llegado, resaltará las preguntas abiertas e indicará cómo procederá nuestro trabajo.
Para progresar en su discernimiento, la Iglesia necesita absolutamente escuchar a todos, empezando por los más pobres. Esto requiere de su parte un camino de conversión, que es también un camino de alabanza: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a los niños” ( Lucas 10:21)!
Significa escuchar a quienes se les ha negado el derecho a hablar en la sociedad o se sienten excluidos, incluso por la Iglesia; escuchar a las personas que son víctimas del racismo en todas sus formas, en particular en algunas regiones a los pueblos indígenas cuyas culturas han sido despreciadas.
Sobre todo, la Iglesia de nuestro tiempo tiene el deber de escuchar, con espíritu de conversión, a quienes han sido víctimas de abusos cometidos por miembros del cuerpo eclesial, y comprometerse concreta y estructuralmente para que esto no suceda de nuevo.
La Iglesia necesita también escuchar a los laicos, mujeres y hombres, todos llamados a la santidad en virtud de su vocación bautismal: al testimonio de los catequistas, que en muchas situaciones son los primeros anunciadores del Evangelio; a la sencillez y vivacidad de los niños, al entusiasmo de la juventud, a sus preguntas y sus súplicas; a los sueños, la sabiduría y la memoria de las personas mayores. La Iglesia necesita escuchar a las familias, a sus inquietudes educativas, al testimonio cristiano que ofrecen en el mundo de hoy. Necesita acoger la voz de quienes quieren implicarse en los ministerios laicos y participar en las estructuras de discernimiento y toma de decisiones.
Para avanzar más en el discernimiento sinodal, la Iglesia necesita particularmente recoger aún más las palabras y la experiencia de los ministros ordenados: los sacerdotes, primeros colaboradores de los obispos, cuyo ministerio sacramental es indispensable para la vida de todo el cuerpo; diáconos, quienes, a través de su ministerio, significan el cuidado de toda la Iglesia por los más vulnerables.
También necesita dejarse interpelar por la voz profética de la vida consagrada, centinela vigilante de la llamada del Espíritu. Es necesario también estar atenta a todos aquellos que no comparten su fe pero buscan la verdad, y en quienes el Espíritu, que «ofrece a todos la posibilidad de asociarse a este misterio pascual» (Gaudium et spes 22, 5), también está presente y operativo.
“El mundo en el que vivimos, y que estamos llamados a amar y servir, incluso con sus contradicciones, exige que la Iglesia fortalezca la cooperación en todos los ámbitos de su misión. Es precisamente este camino de sinodalidad el que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio” (Papa Francisco, 17 de octubre de 2015). No debemos tener miedo de responder a este llamado. María, Madre de la Iglesia, la primera en el camino, acompaña nuestra peregrinación. En la alegría y en el dolor, ella nos muestra a su Hijo y nos invita a confiar. ¡Y Él, Jesús, es nuestra única esperanza!
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