El Papa Francisco en el avión de Filipinas con el relieve de Teresita que le dio una periodista de Paris Match, en enero 2015.
Por Miriam del Corazón de Jesús C.D.*
Este lunes de Pascua el mundo entero recibió la noticia de la partida de nuestro querido Papa Francisco a la Casa del Padre. Solo un día antes, el domingo de Resurrección, había logrado impartir la bendición Urbi et orbi al pueblo que le había sido confiado y estar entre nosotros por última vez. Como tantas personas en el mundo entero, las carmelitas descalzas hemos sentido profundamente su partida. El Papa Francisco era una persona cercana al carmelo y tuvo para nosotros gestos significativos y cercanos: desde la carta dirigida a nuestra orden el 2015, con motivo del V Centenario del nacimiento de nuestra santa madre Teresa de Jesús, hasta presidir la reciente beatificación de Ana de Jesús, carmelita descalza española, el pasado 29 de septiembre de 2024, como broche de oro de su viaje apostólico a Bélgica.
Pero uno de los lazos más entrañables entre el Papa Francisco y el carmelo descalzo fue sin duda alguna su profunda amistad con la pequeña Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz. Es sabido que la santa de Lisieux fue una amiga a quien constantemente pidió ayuda e inspiración para su vida y ministerio. Así lo atestiguaban sus propias palabras cuando tenía la oportunidad de referirse a ella. Esta amistad quedó especialmente plasmada por escrito el año 2023, cuando la orden carmelita conmemoraba los 150 años del nacimiento de Santa Teresa de Lisieux y los 100 años de su beatificación. Francisco nos regaló entonces una exhortación apostólica que entretejía maravillosamente la Palabra de Dios y la espiritualidad de Santa Teresita sobre la confianza en el amor misericordioso de Dios. El Papa le dio por título: «C’est la confiance». En ella hizo referencia directa al mensaje central de Teresa de Lisieux: «La confianza, y nada más que la confianza, puede conducirnos al amor». Para el Papa Francisco estas palabras resumían bien la genialidad de la espiritualidad de la pequeña Teresa, y no dudaba atestiguar que su cercana amistad con la santita le sostenía incluso ahora, cuando su avanzada edad iba resquebrajando su estado de salud y se había deteriorado visiblemente. Teresa era para Francisco la santa de «la caridad expresada en las pequeñas y en las grandes cosas». Se diría que a través de esta exhortación apostólica el Papa quiso compartir a la pequeña Teresa con todos nosotros.
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Diversos son los testimonios del Papa Francisco sobre su cercanía a santa Teresita: «¿Cuál es tu santo o santa favorita?», le preguntaron al Papa con motivo de la preparación de un libro de respuestas titulado: «De los pobres al papa, del papa al mundo». Y el Papa responde: «Soy amigo de Teresita del Niño Jesús. Entra en mi habitación y verás que hay muchas cosas de Teresita.»
También la periodista Élisabeth de Baudouïn relata en su libro «Teresa y Francisco» que, durante su regreso desde Río de Janeiro a Roma en el 2013, a bordo del avión papal, interrogó a Francisco sobre su equipaje personal diciéndole: «¿Qué contiene?» El Papa respondió: «Hay un afeitador, un breviario, una agenda, un libro para leer… He traído un libro sobre la pequeña Teresita, de la que soy devoto». El Papa le confió también a la periodista que tenía la costumbre de rezar la «novena de las rosas» a Teresita, quien prometió enviar a la tierra una «lluvia de rosas» después de entrar en la vida eterna, como un símbolo de su intercesión ante Dios por nosotros. Francisco además contó que no le era extraño recibir rosas blancas como signo de respuesta y de la intercesión de su pequeña amiga cada vez que invocaba su ayuda. Declaraciones como estas y muchas anécdotas más nos pueden dar a conocer claramente la enorme familiaridad que el Papa tenía con la historia de la santa y el conocimiento profundo de su espiritualidad.
Y, ¿qué puede haber resonado de la espiritualidad de santa Teresa de Lisieux en el corazón de Jorge Mario Bergoglio tan profundamente? La santita misma había pedido a Dios que, a pesar de su pequeñez, tuviera la oportunidad de iluminar a las almas y es lo que Dios le ha concedido hacer durante todos estos años, incluso entre personas no creyentes. Durante su vida terrena, Teresita guardó en el corazón el profundo deseo de «amar a Dios y hacerle amar».
Su vida consagrada como religiosa carmelita descalza la entendía desde un sincero servicio a los demás, desde la búsqueda del bien a los otros en todas las cosas. Para ello, la santa comprendió que, para transitar en esta vida, era necesario seguir una senda toda nueva, sencilla, llena de Dios y de absoluta confianza en El y la denominó «el caminito». Este es el camino de la infancia espiritual, de la sencillez, de la aceptación propia, de la acogida a los demás sin excepciones, de saber hacerse humildemente pequeños. Es también el camino de la entrega generosa a los otros para llevarlos a Dios. Pueden seguirlo todos porque «es el camino que el Padre celestial revela a los pequeños» (cf. Mt 11,25).
Podemos decir, sin duda alguna, que Francisco fue el Papa de «el caminito», de «la petite voie» a la que tanto invita Teresita. Francisco fue el jesuita que desde novicio de la Compañía de Jesús guardaba en su biblioteca personal un ejemplar de la autobiografía de la santa titulada «Historia de un alma». Francisco fue el sacerdote de la sencillez y la cercanía en su trato con los demás; fue el Arzobispo de los gestos humildes y de la sincera claridad en su modo de proceder. Francisco fue el Papa del amor y la preocupación por los más vulnerables.
Todo «el caminito» de la pequeña Teresa traducido en gestos sencillos y concretos compartidos a lo largo de toda su vida. Y también hubo alegría en lo que durante estos años nos entregó. Alegría que brota de un corazón lleno de Dios. Como Teresita, la caridad fue entendida por el Papa como trato personal de amor hacia los otros. Su modo de acoger a todos y sus elocuentes palabras nos han manifestando en todo momento su incesante llamado a la paz entre todos los pueblos, y la simplicidad de sus gestos expresaron en hechos su opción preferencial por los pobres. Su sencilla manera de vestir, la elección de Santa Marta como lugar de residencia, sus llamadas telefónicas para conocer personalmente el estado de otros y tantas cosas más, son signos de un lenguaje nuevo en la iglesia que han atraído la atención de muchos, incluso de aquellos que no comparten la misma fe con nosotros, porque es sencillez evangélica, lenguaje del corazón que todos pueden comprender. En estos días hay pobres, migrantes, prisioneros que participan del último adiós al Papa. Acción de gracias de los más pequeños, de aquellos por quienes Francisco mostró predilección. Para muchos de ellos el Papa fue un verdadero padre.
Al finalizar nuestros días terrenos todos seremos juzgados sobre el amor. ¿Qué nos hará comparecer delante del Eterno al final de todo? Escribió el Papa: «Es la confianza la que nos sostiene cada día y la que nos mantendrá de pie ante la mirada del Señor cuando nos llame junto a Él». La joven santa cuya vida y escritos se centraron en el amor y en seguir un pequeño camino de santidad, manifestó al final de sus días un deseo enorme: «Quiero pasar mi Cielo haciendo el bien sobre la tierra.»
El cielo no era comprendido para Teresita como un lugar inactivo donde pasaríamos nuestra eternidad, sino más bien una realidad para proseguir en constante intercesión y ayuda a los demás hasta el fin de los tiempos, tal y como lo había procurado hacer ya aquí en la tierra: «Tengo la confianza de que no voy a estar inactiva en el cielo. Mi deseo es seguir trabajando por la Iglesia y por las almas». Hoy, cuando el Papa Francisco ya no está más con nosotros, deseamos con todo el corazón que prosiga en el cielo su estrecha amistad con la Pequeña Flor del Carmelo, trabajando junto a ella por la salvación de la salvación de las almas e intercediendo por todos nosotros. El Papa Francisco ha llegado a la Patria de Santa Teresita del Niño Jesús, el hermoso Cielo, donde el amor a los otros sigue siendo la clara señal de nuestro amor a Dios también en la eternidad. Que Francisco y Teresita nos alcancen una lluvia de rosas e intercedan por todos nosotros, que tanto necesitamos de la gracia y el amor de Dios. Que nos sigan enseñando cada día a amar a Dios y hacerle amar. Que nos concedan un corazón bueno y sencillo para amar y abrazar a todos sin excepción.
Querida santa Teresita,
la Iglesia necesita hacer resplandecer
el color, el perfume, la alegría del Evangelio.
¡Mándanos tus rosas!
Ayúdanos a confiar siempre,
como tú lo hiciste,
en el gran amor que Dios nos tiene,
para que podamos imitar cada día
tu caminito de santidad.
Amén.
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