Desde aquél momento del 13 de marzo de 2013 en que apareció por primera vez en el balcón central de la Basílica de San Pedro, millones de fieles entregaron sus corazones al Papa Francisco, convencidos de su espiritualidad y humildad.
Apenas cesó el humo blanco en la chimenea de la Capilla Sixtina, cuando comenzaron a afinarse los detalles para la presentación del nuevo Pontífice.
El primero en salir por el balcón central de la Basílica de San Pedro fue el Cardenal Protodiácono Jean-Louis Tauran, quien dirigió al mundo las palabras: ¡Habemus Papam!, acompañadas del nombre latino Franciscum, porque únicamente es Papa Francisco, y no Francisco I, como los medios de comunicación lo interpretaron en su momento.
Finalmente apareció el Papa Francisco, para alegría de millones de fieles. Bastó un sencillo saludo y una sonrisa para ganarse el corazón de todas las personas que acudieron a la Plaza de San Pedro, así como de los millones que pudieron observarlo en transmisiones televisivas y por vía internet.
Luego de estos amables gestos, explicó de manera divertida el haber llegado de aquellas lejanas latitudes bonaerenses, para resultar elegido Obispo de Roma y Pontífice de la Iglesia: “Sabéis que el Papa es Obispo de Roma. Me parece que mis hermanos Cardenales han ido a encontrarlo casi al fin del mundo”, dijo, y para entonces ya había conquistados a todos, con su sencillez y espontaneidad.
Con gran naturalidad, pidió a los fieles que oraran por el Papa Emérito Benedicto XVI. La conexión entre él y su grey se había concretado. El pueblo fiel de inmediato reconoció en él a su pastor y guía.
Después de darse esta conexión con los fieles, los llamó a iniciar “un camino de fraternidad, de amor, de confianza entre nosotros. Recemos siempre el uno por el otro”, palabras con las que reafirmó la confianza del pueblo en que será un gran Pontífice.
Con la misma sencillez, en un hecho no visto antes, el Santo Padre Francisco pidió a los fieles que le bendijeran, aun antes de que él mismo diera su bendición Urbi et Orbi (a la ciudad –Roma– y al mundo).
La gente de inmediato percibió la humildad del Papa Francisco en su vestimenta, al portar una austera Cruz pectoral sobre la sotana blanca, y usar la estola pontificia sólo para impartir la bendición.
De inmediato también las redes sociales reportaron incontables mensajes de fieles porteños, quienes dieron cuenta de la cercanía que mantuvo con ellos. Como arzobispo de Buenos Aires, Argentina, el nuevo Papa vivía en un sencillo apartamento, mientras utilizaba el metro o el autobús.
Esa misma cercanía la expresó al otorgar indulgencias, tanto a los presentes como a los que siguieron su presentación a través de las señales de internet o, incluso, por redes sociales, desde donde lo aclamaron como nuevo Papa.
Las banderas argentinas ondeaban en la Plaza de San Pedro, junto a las de otros países latinoamericanos que saludaban con alegría al nuevo Pontífice. Sin duda, el Espíritu Santo había escuchado las súplicas de la Iglesia para que el Señor concediera un Pastor ideal para guiar su barca en estos momentos de la historia.
El Papa Francisco no dejó de sorprender en ningún instante con su espontaneidad y humildad, ni siquiera al despedirse, aun siendo un notable intelectual. Con la misma sencillez, les deseó buenas noches y un buen descanso. Así definió el Papa Francisco su camino al frente de la Iglesia Católica.
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