Verónica López, nació en la Ciudad de México y en Estados Unidos desde los 12 años, primero llegó a Kansas y actualmente vive en Misisipi.
Verónica sufrió de niña leucemia, desahuciada, Dios le concedió el milagro de su salud. Después ella a los 17 años se embarazó y pensó en abortar. Sin casarse, estaba destinada a ser madre soltera, una posible vida de fracasos.
Pero Dios le concedió otros milagros, que convirtieron la vida de Verónica en una historia de misericordia.
¿Cuáles fueron esos milagros? ¿Por qué no decidió abortar? ¿Qué consecuencias tuvo esta decisión? Verónica abrió su corazón a Desde la fe para compartiros los detalles de su testimonio…
-¿Cómo fue tu primer embarazo y en qué contexto se da?
Tenía 17 años, estaba muy chica y el papá de mi hijo y yo no estábamos juntos, no nos habíamos casado. Yo estaba en la escuela, trabajaba y estudiaba.
Yo me enteré que estaba embarazada el 24 de diciembre del 2006. Estábamos en México, íbamos a celebrar la Noche Buena en casa de mi abuela y me sentía terrible; no aguantaba el dolor en el vientre y mis papás me llevaron a urgencias a una clínica privaba y ahí nos dieron la noticia, a mis papás y a mí, de que tenía seis semanas de embarazo y que el bebé no tenía latidos en su corazón.
Entonces, tenía que regresar a Estados Unidos, porque las cosas no estaban bien.
Regresé a Estados Unidos y yo sentía que se me caía el mundo y, como chava, yo pensaba: “No estoy casada con él, no estamos juntos”.
En ese momento pensé en abortar a mi hijo, porque tenía 17 años. Nunca lo hice, nunca pude y me sentí culpable porque, ¿quién era yo para quitarle la vida a un ser humano?
Le pedí a mi papá que me llevara a la Iglesia y me llevó con el que era nuestro párroco en aquel entonces en Kansas, el Padre John Cordes, muy amigo mío ahora, me miro tiernamente, se sentó frente a mi, me dio un abrazo y me dijo: “Te escucho”.
Me escuchó llorar y llorar y él me dio un Kleenex para secarme las lágrimas y luego cuando ya había terminado de hablar, me dijo que él entendía que tuviera miedo y que, aunque yo no lo supiera aún, pero yo ya amaba a mi bebé, que todo iba a estar bien, que mi bebé iba ser muy amado por mucha gente.
Me dio un abrazo. Me dijo que no dejara de rezar. Desde ese entonces, me enamoré de mi barriga.
Ese momento tomó lugar en la casa donde él vivía, justo detrás de la parroquia Nuestra Señora de Guadalupe. Mi papá me llevó a ver al Padre porque yo le dije que necesitaba hablar con alguien y quería ir a la iglesia. Sentía la necesidad de ir a la iglesia.
En ese momento yo sentí que el Padre Juan fué como Jesús aquí en la tierra. Me escuchó tiernamente sin juzgarme ni apresurarme, sin interrumpir. Me hizo sentir escuchada y comprendida. Me hizo sentir y creer que mi bebé ya era muy amado, aunque yo en ese momento aún no lo supiera porque el miedo era más grande.
Cuando me dijo que todo iba a estar bien y me abrazó, yo realmente le creí y confié en sus palabras.
Creí que sí, todo iba a estar bien y sentí mucha paz en mi alma. Además mi papá me estaba esperando afuera de la casa del Padre. Y le dio las gracias al Padre Juan por haberme escuchado.
– ¿En algún momento de tu vida has recordado esta decisión y has comprendido el valor de haber elegido que tu hijo viviera?
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Jamás en la vida he olvidado que pensé en abortar a mi hijo y me duele el corazón de tan solo haberlo pensado. Cuando escuché los latidos de su corazón por primera vez y después cuando lo tuve en mis brazos al nacer, comprendí cuál es el verdadero amor, el que da la vida por el ser amado.
Cada día al ver a mi hijo, que ahora tiene 15 años, le agradezco a Dios por su vida. Hace poco le dije a mi hijo que tuve ese pensamiento, no tenerlo. Tuvimos una plática verdaderamente profunda.
Él sabe cuánto lo amo y entiende muy bien por qué soy Pro-Vida y lo que enseña nuestra fe católica acerca del valor de la vida.
–¿Qué mensaje le darías a las adolescentes que se encuentran ante la incertidumbre de abortar o no abortar?
El mensaje que le daría a las jovencitas que se encuentran ante la incertidumbre de abortar es el mismo que a mí me dio el Padre Juan: aunque en estos momentos el miedo no les permita ver con amor, el o la bebé que esperan ya es muy amado/a y todo estará bien.
El Padre Juan hace poco me dijo también: “Por seguir a Dios y decir que sí a su santa voluntad siempre se realizará la bendición más profunda. Es lo que nos enseña nuestra Santa Madre la Virgen María”.
También les diría que busquen apoyo y se permitan apoyar de quienes las aman. Que confíen en la providencia de Dios y que cuando nazca su bebé, su vida se llenará de alegrías y bendiciones que no se comparan con ninguna otra cosa.
Acercarse a Dios en un momento así tomó mucha valentía de mi parte. En el momento en el que pensé no tener a mi bebé, supe que había pensado en algo malo, sentí culpa y quise limpiarme la mente de tan horrible pensamiento.
Sentí que el Espíritu Santo (cosa que comprendí tiempo después) me empujó a sentir la necesidad de ir a la iglesia a hablar con Dios. Eso hice.
Si mi papá no me hubiera llevado, no sé si yo habría ido sola. Para acercarse a Dios en momentos así, se necesita quien te acompañe.
-¿Cómo es vivir el embarazo dentro y fuera del sacramento del Matrimonio?
Cuando mi bebé nació estuvo tres semanas en el hospital y tuve tiempo de pensar en algo similar a tu pregunta. Cuando me embaracé de mi hijo, no estando en el sacramento del matrimonio y, comparado con ahora, no viví el embarazo con el papá de mi hijo, no estuvo en las citas y no estuvo cuando nació.
Años después el papá de mi hijo y yo nos dimos una segunda oportunidad hasta que mi hijo tenía cuatro años. Ya después nos casamos por lo civil, después por la Iglesia y, finalmente, llegaron las segundas pérdidas y ahora Sofía.
Y ahora, con mi último embarazo, estuvo con ella en todo momento de principio a fin y le cambió la vida, le cambió la perspectiva del amor y de mí como mujer al verme dar a luz a su hija y ama todavía más a su hijo, porque piensa en los momentos que se perdió.
No hay palabras que describan el hecho de poder vivirlo como un matrimonio, como dos personas que se aman, que se han perdonado. Por lo que ha pasado en nuestro matrimonio, significó todavía más.
Mi hijo creció con mis papás. Yo viví con mis papás muchos años y nunca le faltó el amor de una familia. Entonces, ahora pienso, ¡qué grande es Dios al darnos la oportunidad de vivir esta experiencia que no pudimos vivir con nuestro primer hijo!
-¿Tu esposo estuvo enterado de que te pasó por la mente abortar a su hijo primogénito?
Si lo sabe ahora. En ese momento no lo supo, lo supo varios años después, cuando nos dimos la segunda oportunidad. Se sintió triste, pero sabía que no era capaz.
-¿Tuviste leucemia?
Sí, yo tuve leucemia cuando era niña, o sea, Dios me dio la oportunidad de vivir, entonces, quién era yo para quitarle la vida a un ser humano si Dios me había dado la oportunidad de vivir.
Cuando tenía seis años y tuve casi tres años de quimioterapia, todo eso fue en México.
Durante el tiempo de la quimioterapia, cuando ya me habían desahuciado, recuerdo que tenía mucho frío y le pedí a Dios que me sanara, porque yo tenía muchas ganas de hacer mi primera comunión.
Yo le decía que me sanara porque quería hacer mi primera comunión y que no quería ver a mis papás llorar tanto y que no quería morirme todavía. Y me lo concedió.
Mi mamá me dejó de hablar cuando se enteró de que yo había pensado abortar; estaba muy triste, muy decepcionada y me dijo: “¡Cómo te atreves, tú, que eres un milagro de Dios! ¡Cómo puedes pensar en no querer tener a tu hijo!”. Ella tenía toda la razón.
Además de que estaba decepcionada porque me había embarazado muy chica, porque no me había casado y me adelanté a todo.
Pero solamente una vez me enamoré. Cuando mi hijo nació solo me dediqué a ser mamá, a trabajar y a estudiar.
-¿Tu esposo te pidió perdón por haberse perdido esos cuatro años de su primer hijo?
Sí. Tuvimos muchos problemas porque nos habíamos embarazado antes y mis papás estaban muy molestos con él porque no estuvo. Pidió perdón por no haber estado y les pidió perdón a mis papás y estuvo dispuesto a formar una familia que sigue hasta el día de hoy.
Los años que no estuvimos juntos él también estuvo solo, así que nos esperamos mutuamente. Él siempre me dice que nunca se volvió a enamorar y que sabía que, en algún momento, tenía la esperanza de que Dios nos volviera a poner en el mismo camino. Tuvimos que madurar y yo también tenía motivos para pedirle perdón, porque cuando buscaba al niño yo no se lo dejaba ver.
-¿Qué tan complicado fue el volverte a embarazar y cómo fue ese proceso?
Mi hijo mayor va cumplir 15 años y, en el 2019, nos volvimos a embarazar y fue un embarazo muy difícil desde el principio. No lo estamos buscando porque ya teníamos muchos años sin concebir y me sentía muy mal.
Me puse muy grave y casi pierdo la vida durante la operación.
Yo llamaba todos los días a mi doctor y sentía que no me escuchaban, que pensaban que eran nada más los síntomas del embarazo.
Entonces, a las 11 semanas fui a urgencias varias veces y fue cuando me dijeron que mi bebé ya no tenía latidos. Me sentí muy enojada porque sentí que no me habían tenido el cuidado que yo necesitaba.
Tuve que tener dos legrados porque no pude expulsar a mi bebé y, aparte de los dos legrados, me quitaron la vesícula que estaba a nada de reventarse.
Fue la primera vez que experimenté el duelo y fue muy difícil para mi esposo y para mí, tratar de entender lo que estábamos viviendo.
A los seis meses, yo creo que con la nostalgia, quise volver a intentarlo y quedamos embarazados. Todo iba bien, no me estaba sintiendo mal, pero algo en mi corazón me decía que no estaban bien las cosas. Y no me sentía como la primera vez en el aspecto físico, pero sí emocionalmente.
Desde que supe que estábamos embarazados mi oración para Dios siempre fue la misma: “Señor, esta vez también te vas a llevar a mi niña, por favor, prepárame, prepara mi corazón, prepara mi cuerpo para que pueda vivir”.
¡Y me sentía tan culpable de decir esa oración!, porque sabía que algo estaba mal, pero no quería decirlo.
Y así fue, perdimos a la segunda bebé y las dos fueron niñas. De ahí, mi esposo y yo, oramos muchos y decidimos ya no intentarlo ni hablar del tema.
Compramos nuestra casa y, al mes, me empecé a sentir mal, con los síntomas normales del embarazo, y resultó que estaba embarazada. Vino el miedo horrible de volver a pasar por lo mismo, así que no nos emocionamos los primeros meses.
Inmediatamente busqué un doctor diferente, un ginecólogo católico en nuestra parroquia y ahora este milagro de vida tiene siete semanas y se llama Sofía.
-¿Qué es más grande, el miedo o el amor por ser mamá? ¿A quién le atribuyes este milagro?
Definitivamente era, en este último embarazo, más grande la ilusión de decir: “Dios me está dando la gracia de volver a concebir y vamos a ser papás”. Entonces, siempre fue más grande el amor. Y se la encomendé a santa María, la madre de Jesús.
Con Sofía mi oración siempre fue la misma, que estuviera creciendo sana, fuerte, preciosa y que llegara sana.
-¿Cómo describirías el dolor de la pérdida de un aborto involuntario?
Es un dolor indescriptible, porque creo que es difícil articular con palabras el dolor que se vive al saber que has perdido a la vida que tanto buscaste, por quien tanto oraste para que llegara a tu familia, a tu vida; la ilusión de ser mamá.
No todas las mujeres sueñan con casarse y tener hijos, pero pienso que la gran mayoría sí lo tenemos. En mi caso, pues, tenía la ilusión de ser mamá nuevamente y había pasado tanto tiempo ya, que pensé:
“Tal vez esta ya es mi familia”. Y en el momento en que dejé de buscar, nos embarazamos.
Tener a mi hija en mis brazos me hace asimilar un poco más el dolor que viví en ese momento con las dos perdidas. Nunca había experimentado el duelo, no conocía ese sentimiento.
Emocionalmente fue algo desgarrador, porque me causaba culpa, me hacía mil preguntas mientras trataba de asimilar qué estaba pasando y de aceptar la realidad, porque esto es algo que yo deseaba y que yo quería.
Ahora, con la cultura de la muerte, me daba más coraje de ver y de pensar que tanta gente no se da cuenta del milagro de vida que es un ser humano, que es un hijo, una hija. Entonces, todos esos sentimientos se forman en uno solo y causan un dolor completamente desgarrador.
Esto es algo que muchas mujeres han vivido. Yo busqué ayuda en mi iglesia, en mi comunidad y me di cuenta que había muchas mujeres que habían tenido pérdidas.
Entonces, en mi parroquia se empezó a celebrar la misa anual, con una iglesia llena, para todas las mujeres y familias que han tenido un aborto involuntario.
También, gracias a eso, empezaron a construir en la iglesia un espacio para todas las familias que han perdido bebés. Entonces, pude hacer algo con ese dolor que, de alguna manera, abrió la puerta o la ventana a que otras mujeres se acercaran y me dijeran: “Yo también perdí un bebé”.
La iglesia se llama San James, santo Apostol Santiago, en Tupelo, Misisipi.
-¿Quién está detrás de tus milagros?
Solamente Dios. Ha sido muy bueno conmigo y, a pesar de todas las dificultades, estuvo en todo momento. Siempre supe que Dios tenía una misión especial para mí.
Mis otros milagros: mi hijo y ha sido mi motor en la vida. Después viene nuestro matrimonio, que era el sueño de mi vida casarme por la Iglesia, y también está la forma en que me pidió ser su esposa; me pidió que nos casáramos en un globo aerostático, cuando bajamos había serenata y luego nos fuimos a cenar con toda mi familia y ahí estaba Santi, nuestro hijo, quien estuvo presente en todo momento.
Un milagro más, cuando yo estuve enferma de Leucemia, mis papás no eran creyentes como lo son ahora, cambiaron cuando me embaracé de mi hijo. Fueron a un retiro de evangelización y, a partir de ese momento, han estado del todo involucrados en la Iglesia.
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