Cinco años hace que doña Alejandra Anzures recibió la noticia de que su marido tenía cáncer y le restaban tres años de vida. Desde entonces comenzó para el Matrimonio un tiempo difícil, en el que don Armando se iba consumiendo, los dolores se le iban agudizando y ningún analgésico bastaba para aliviarle el sufrimiento.
Armando falleció justo tres años después, el 26 de enero de 2020, y dejó a doña Alejandra con la posibilidad de vivir una vida holgada económicamente, pero ella comenzaría un proceso que la llevaría a optar por algo totalmente distinto.
“Una opción de vida -dice doña Alejandra- que tal vez a la mayoría de la gente no le parecería lógica. Pero es a lo que yo deseo vivir entregada por el resto de mi vida”.
Doña Alejandra no sabe si su madre recibió algún Sacramento, pues jamás le platicó algo al respecto. En cuanto a su padre, él era devoto de la Virgen de Guadalupe, pero no acostumbraba ir a Misa, salvo en raras ocasiones; de manera que ella creció desapegada de la religión.
En su niñez, doña Alejandra vivía una situación precaria, en un hogar situado a las orillas del puerto de Veracruz, en la periferia, donde ni siquiera había una iglesia.
Pero a los 17 de edad, entró a trabajar como empleada a una oficina, donde la invitaron a participar en una reunión del Grupo de Empleadas de María en Acción. Y ahí comenzó su formación en la fe, misma que sería decisiva para la opción de vida que lleva en su viudez.
Fue a los 13 años cuando doña Alejandra Anzures conoció a don Armando, quien entonces tenía 21. Durante ocho años fueron amigos, después vivieron un año de novios y finalmente se casaron. Terminada la boda, se trasladaron a vivir a la Ciudad de México.
Él era ingeniero mecánico, daba clases en el IPN y trabajaba en la CFE, con lo cual lograron tener una economía holgada. No era un hombre religioso, pero motivado por ella empezaron a asistir a Misa cada ocho días.
Tuvieron cuatro hijos, y regresaron a vivir a Veracruz. La familia tenía su confianza puesta en Dios. En sus 50 años de Matrimonio, su fe se fue fortaleciendo, especialmente desde que ingresaron al Camino Neocatecumenal, en el año 1987.
Doña Alejandra recuerda que cuando aún no tenía una fe sólida, la idea de la muerte le aterraba: sentía que los restos de las personas se quedaban en una caja, abandonados y con un montón de tierra encima, apretados por todo el peso de la tumba.
Sin embargo, su visión sobre la muerte paulatinamente fue cambiando, hasta tomar un sentido totalmente distinto:
“Mi esposo y yo comenzamos a entender que morir es nacer realmente, que la vida terrena es un regalo de Dios, pero no es la vida verdadera, sino un viaje en el que tenemos muchas oportunidades de perdernos o de pasar a la vida incomparable que Dios nos tiene preparada”.
Esta visión cristiana de la muerte, les infundió tal esperanza, que cuando doña Alejandra le informó a don Armando que el médico le había diagnosticado cáncer, y que le restaban tres años de vida, ambos dieron gracias a Dios.
Doña Alejandra recuerda que las palabras de su esposo al enterarse de su enfermedad fueron las siguientes: “Yo toda mi vida he sido feliz. No he tenido ningún sufrimiento del cuál haya tenido ganas de quejarme. Justo es que me llegue la enfermedad. Y que se haga la voluntad del Señor”.
“Yo le pedí a Dios no que le curara el cáncer, sino que salvara su alma. Le supliqué que nos mandara esa etapa difícil, de humillación, de redención, de expiación de los pecados. Y así fue: vi a mi esposo deshacerse, sufrir de dolor, y aun así dar gracias a Dios”.
El inicio de la viudez desconcertó un tanto a doña Alejandra Anzures, pues, luego de convivir con su esposo por más de seis décadas, estaba acostumbrada totalmente a su compañía, a que él la llevara en auto, y sobre todo a asistir con él a las reuniones del Camino Neocatecumenal.
“Tenía miedo de regresar a mi comunidad -platica-, pero le dije a Dios que me mostrara el camino, y las cosas se fueron dando: pasó la pandemia, y sin pensarlo, un día me reintegré al Camino Neocatecumenal”.
Fue entonces que le pidieron sustituir a una compañera -cuya mamá se encontraba muy enferma-; debía viajar a Veracruz para estudiar versículos de la Biblia y traer las reflexiones a su comunidad. Y justo en ese viaje sintió el llamado de Dios.
Si un día se vino de Veracruz dispuesta a entregarse a la vida en Matrimonio, ahora venía del mismo puerto resuelta a entregarse a la misión. “El Señor me habló a través de la Biblia, me dijo que lo que yo tenía no era para guardarlo, sino para ponerlo a su servicio a través del servicio al prójimo”.
Don Alberto le había dejado dinero, propiedades, pensión y todo lo necesario para vivir una vida de comodidades, de viajes, de paseos, de reuniones con los amigos, de cenas en familia y más. Pero para ella la vida de pronto se convirtió en otra cosa: “En momento de dar y de servir”.
Fue así que tomó la decisión de servir a Dios realizando labores domésticas de tiempo completo -especialmente en la cocina- en la casa parroquial de unos sacerdotes del Camino Neocatecumenal. A eso hoy se dedica doña Alejandra, y a eso desea dedicarse de por el resto de sus días.
“Me levanto a las 6 de la mañana, hago mi oración y enseguida voy a mis deberes. No quiero que la muerte me sorprenda haciendo otra cosa que no sea servir a Dios. Si no me dicen ‘vete’, aquí me quedo, hasta que el Señor me llame para reencontrarme con mi esposo”.
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