Lorena Ramírez perdió a su papá a la edad de un año; luego su madre la abandonó en casa de sus abuelos, donde fue abusada por sus primos.
Se refugió en casa de su familia paterna, pero sus abuelos maternos pelearon su custodia, regresó, y esta vez fue un tío quien abusó de ella. Esas experiencias la llevaron a ser una joven rebelde, y a los 14 años fue llevada un Consejo Tutelar.
Dejó pronto ese lugar. Al salir, una licenciada le proporcionó la dirección de Hogares Providencia.
“Apenas vi al Chincha, sentí mucha tranquilidad. Fue mi primera imagen paterna. Lo que más recuerdo de él es su carácter; era fuerte, pero no para humillarnos, sino para impulsarnos”.
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Cuando Lorena cumplió 15 años, el padre decidió festejarla en un restaurante; estaba emocionada porque jamás había celebrado un cumpleaños. “Ese día una tía fue a buscarme, creí que iba a pedirme que volviera a casa, pero sólo era para llevarme una caja de zapatos con objetos personales. ¡Sentí feo! Pese a eso decidí divertirme en mi cumple; escogí a diez chavos, como me dijo el Chincha, y nos fuimos a festear. ¡Fue algo muy padre!
Cuando Chinchachoma murió –refiere–, unos querían hacer negocio pidiendo dinero en la Iglesia para Hogares Providencia. “Los encaré y les dije que el Chincha jamás mandaba a sus hijos a pedir; al contrario, siempre daba la cara por nosotros. ¡Somos sus hijos, con mucho orgullo!”.
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