Historias de Fe

Maestra Maru, el ‘ángel’ que regulariza a niños de bajos recursos

Cuando niña, a la maestra Maru nadie le habló nada de Dios… pero una noche lo sintió a su lado.

Hoy María Eugenia Ramírez, o la maestra Maru como le dicen con cariño sus alumnos, tiene 35 años como maestra de primaria, y 25 dando regularización. En esta última modalidad ha dado clases de regularización a niños de bajos recursos, con el sueño de poderlos ver algún día en el cuadro de honor, lo cual -por cierto- ha ocurrido varias veces.

Las clases de regularización las da en su casa en la alcaldía de Álvaro Obregón en la Ciudad de México. El costo varía, para los niños cuyos papás tienen la menor cantidad de recursos, el costo de las sesiones es de 4 o 5 pesos. Aún así, no faltan papás a los que se le complique el pago. Pero no hay problema, pues la maestra Maru los espera hasta el fin de semana, o hasta fin de mes, o ya después…

Si en ocasiones los pequeños llegan con hambre, la maestra Maru les ofrece una manzana, o una naranja, o un plato de comida. Pero ninguno se va con hambre o sin un conocimiento nuevo.

Una infancia para el olvido

Para la maestra Maru los problemas comenzaron en sus primeras horas de vida: su papá quería tener un niño, y en la cuna apareció una niña. De su papá, todo lo que recuerda es que se llamaba Patrocinio, pues cuando ella tenía 3 años se fue y no volvió. Concepción, su madre, se la llevó a ella y a sus 2 hermanitos a vivir a un cuartito, y vivieron una época muy feliz.

Pero Concepción se enamoró y la felicidad llegó a su fin: terminaron los paseos en familia e inició el reparto: su hermanita Silvia fue enviada a vivir con una tía, su hermano Luis con sus abuelos, y a Maru le tocó la mala fortuna de quedarse en casa: Jesús, el esposo de su mamá, la maltrataba.

Como Concepción no la defendía, hubo gente que empezó a pedirle que se la regalara. En lugar de eso, a la edad de 7 a Maru le cambiaron los apellidos para hacerla pasar por hija del hombre, y la enviaron a vivir a Hidalgo con su nueva “abuela”.

Maru desconoce la razón por la que doña Luisa, su “abuela”, la maltrataba. Lo que sí recuerda es que los varazos dolían mucho. Por lo demás, conserva bonitos recuerdos de Hidalgo: “Allá siempre estaba sola. Pero tenía un borrego y un perro, con los que me divertía bastante. Había mucho lugar donde correr, árboles para trepar”.

Cuando ya se había acostumbrado a aquel estilo de vida, su mamá y Jesús se pelearon con su “abuela” y regresaron a Maru a la ciudad.

La primera señal de Dios

El trato que Jesús le daba a Maru anteriormente, era poco comparado con el que comenzó a darle a su regreso: ahora no le permitía comer con ellos sentada a la mesa, sino escondida en la cocina; ni dormir en una cama, sino en el suelo.

“Hacía porquerías en mi comida -refiere-. Si llegaba tomado, me corría de la casa, así fueran las 2 o 3 de la mañana”.

Así pues, a los 10 años Maru no sabía nada de Dios; pero comenzó a saberlo cierta vez en que andaba en la calle a esas horas oscuras: empezó a sentir la presencia de alguien y se le quitó el miedo, una presencia que la hizo sentir protegida. Y en adelante fue algo recurrente.

“Sentía a alguien cerca -explica-. Volteaba para un lado y no veía a nadie. Para el otro y tampoco. Pero ahí estaba, cuidándome, siempre, sin separarse de mí. ¡Hoy sé que era mi Señor!”.

Lo niños, su gran amor

Si algo siempre ha enfurecido a la maestra Maru, es que alguien maltrate a un niño. Y muchas veces se ha metido en problemas por defenderlos. Con más razón a sus propios hijos. Como enviudó tempranamente, tuvo que hacerse cargo sola de los tres.

A la muerte de su esposo, Jesús quiso maltratar a los niños como la maltrataba a ella en su niñez. Y vio entonces de frente a una Maru que hasta antes no conocía, y quien le decía una sola cosa: “¡Ni me los toque porque se va a arrepentir!”.

Una opción de vida que no cambiaría

Hoy Maru tiene 35 años como maestra de primaria, y 25 dando regularización. Recibe a niños con problemas de comportamiento, con parálisis, autismo. Si llega uno con un problema diferente, ella se pone a estudiar para poder atenderlo.

Aunque también está el lado triste: algunos que hace tiempo fueron sus alumnos, hoy se juntan en la calle a consumir sustancias. Si la ven pasar la saludan gustosos. Ella va y se sienta en medio de ellos, les platica, los escucha y se despide invitándolos a ir a Misa.

Maru es feliz haciendo lo que hace; no cambiaría ser maestra ni por todas las riquezas del mundo. Su labor con los niños y el no conservar rencores, son las claves de su felicidad.

Recuerda el día en que murió el esposo de su madre. Horas antes, Jesús mismo le llamó para decirle que se había envenenado, pues ya deseaba dejar este mundo. La maestra Maru corrió a su casa y pudo llevarlo al hospital, donde finalmente murió.

Como Maru tenía algunos ahorros, pudo pagar sus gastos funerales. Para entonces ya lo había perdonado. “Él era un señor muy malo con todos, así que muchos no fueron a su velorio. Otros sí, pero a maldecirlo y a alegrarse de su muerte. Yo lloré y le dije: ‘Tú fuiste mi papá, sea como sea. Te agradezco haber ocupado ese lugar. Adiós’”.

La maestra Maru recibió la visita de Mons. Héctor Pérez Villarreal, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de México. Foto: El método de regularización de la maestra Maru incluye: el cariño, los costos simbólicos y la comida. Foto: Yaokoatl Chávez Gutiérrez.

 

Algunos números de la obra de la maestra Maru:

35 años lleva dando clases en una escuela primaria.

25 años lleva regularizando niños en la colonia.

800 es el número aproximado de niños que ha ayudado regularizarse.

 

 

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Vladimir Alcántara Flores

Editor de la revista Desde la fe/ Es periodista católico/ Egresado de la carrera de Comunicación y Periodismo de la Facultad de Estudios Superiores Aragón.

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