Dos años antes de que concluyeran las hostilidades de la Segunda Guerra Mundial, en las primaras horas de la mañana del 3 de febrero de 1943, el buque USAT Dorchester navegaba por las oscuras aguas del Atlántico Norte.
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De pronto, un torpedo alemán hizo blanco en este buque carguero, provocando una terrible explosión cerca del cuarto de las máquinas, lo cual inmediatamente fundió todas las luces e hizo que el barco comenzara a hundirse por la proa.
El buque, que había zarpado de Nueva York, transportaba a 900 pasajeros hacia la base militar de Estados Unidos en Groenlandia. Todos, al ver que el barco comenzaba a hundirse, cayeron naturalmente en un estado de histeria y desesperación, salvo 4 de los tripulantes.
En el USAT Dorchester viajaban 4 capellanes militares, todos con rango de teniente: el padre John Washington, sacerdote católico; el reverendo Clark Poling, ministro de la Iglesia Reformada; el reverendo George Fox, de la Iglesia Metodista, y el rabino Alexander Goode.
Cabe señalar que unas horas antes del certero ataque, el pare John Washington había celebrado una Misa, a la que asistieron hombres y mujeres de diversas confesiones religiosas.
Ahora que el barco se hundía, él y los otros tres capellanes, con un temple único, atendían tanto a los pasajeros aterrados como a los heridos y a quienes buscaban palabras de consuelo. En los 20 minutos que duraría el hundimiento, también ayudarían a soldados y tripulantes a abordar las lanchas de salvamento.
Así fue que los 4 capellanes ayudaron a salvar la mayor cantidad de vidas posible en las heladas y oscuras aguas del Atlántico Norte, aunque la mayoría de la gente murió: de los 900 pasajeros que llevaba el USAT Dorchester, sólo 230 sobrevivieron, los cuales se convirtieron en testigos de aquel acto de fe y valentía.
“Yo oía cómo los pasajeros lloraban, suplicaban, rezaban -recordaba el soldado William B. Bednar, uno de los sobrevivientes-. También oía que los capellanes les infundían valor. Sus voces fueron lo único que me impulsó a seguir adelante”.
Otro testigo, de nombre John Ladd, dijo que la hazaña de los capellanes fue lo más hermoso que hubiera visto en este mundo. Lo dijo con la misma admiración con que otros dijeron haber visto la manera en que los capellanes entregaban los salvavidas hasta que ya no quedó ninguno, incluyendo los suyos propios.
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Unos más, aquella oscura mañana, se quedaron en pasmo al ver por última vez, desde sus lanchas de salvamento, a los 4 capellanes tomados de los brazos y cantando himnos sobre la popa del USAT Dorchester, mientras el buque carguero terminaba de desaparecer bajo las aguas herido de muerte por la proa.
Aunque los 4 capellanes pertenecían a distintas confesiones religiosas, cada uno estaba motivado por un profundo amor a Dios, a su país y a su prójimo. Los 4 decidieron voluntariamente ser capellanes militares en el USAT Dorchester tras la tragedia de Pearl Harbor, propósito que los unió por primera vez en 1942 en la Escuela de Capellanes del Ejército de la Universidad de Harvard.
En 1944, los 4 capellanes recibieron de manera póstuma la “Cruz de Servicios Distinguidos” y el “Corazón Púrpura”, insignia que el gobierno norteamericano entrega a los militares por el heroísmo en su desempeño.
En 1948, se emitió en Estados Unidos una estampilla postal en su honor, con las palabras “Estos Capellanes Inmortales”, misma que fue entregada a sus familias en 1961. Posteriormente, en 1988, una decisión unánime del Congreso de Estados Unidos estableció el 3 de febrero como “Día de los 4 Capellanes”.
Actualmente, una gran cantidad de monumentos, capillas y obras de arte, incluyendo vitrales en el Pentágono y West Point, también les rinden honor.
Con información de la revista Columbia, edición en línea
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