¿Qué tendrán las bodas de Caná, que se han ido convirtiendo en el pasaje bíblico preferido de Leonila, y a sus 90 años casi llora de emoción al repasarlo?
“Ya no había vino en esa boda -explica Leonila, a sus 75 años de catequista-. Entonces, la Virgen María le dijo a Jesús: ‘Ya no tienen vino’. Jesús le contestó: ‘¿Qué tenemos tú y yo que ver con eso?’. Pero la Virgen de todos modos fue a los sirvientes y les dijo: ‘Hagan lo que Él les diga’”.
Leonila piensa que acaso lo que la conmueve es que María sabía que, aunque no era el momento de Jesús de mostrar su poder, Él iba a hacer algo al respecto, porque la amaba como su Madre, y estaba atento a lo que Ella necesitaba. “Tal vez sea eso”, dice Leonila, y extravía la mirada por algún rincón, buscando algo en las bodas de Caná…
Corría el año 1933, cuando venía al mundo una bebé con complicaciones de salud. El diagnóstico era desalentador: viviría un día a lo mucho, así que había que bautizarla de emergencia. La madre llamó al sacerdote, quien la bautizó con el nombre de Fulgencia Leonila Camacho Martínez.
El error de cálculo que tuvieron los médicos falló por 90 años, 15 nietos, 22 bisnietos, cuatro tataranietos, incontables niños catequizados… y contando. Hoy, si hay tres cosas que Leonila disfruta son: su familia, enseñar la Palabra de Dios a los niños y leer la Biblia. O mejor dicho, releerla. La que tiene, da cuenta del uso que le ha dado por años; de tanto abrirla, casi se abre sola, sobre todo en algunos pasajes, y no sería raro que uno de ellos fueran las bodas de Caná…
Leonila empezó a dar catequesis a los 15 años en la Parroquia San Jerónimo Lídice y desde entonces no ha parado, ni siquiera cuando se le vinieron situaciones terribles, que le ‘aplastaron el corazón’, como ella dice.
La primera fue cuando murió su esposo, padre de sus tres hijos, con quien llevaba cuatro años de casada. “Esa noche, él fue a una fiesta con un amigo policía. Discutieron, comenzaron a pelear y mi esposo ganó. El amigo se fue, regresó, lo volvió a retar, y cuando mi esposo se levantó, él sacó la pistola y le disparó de frente.
Un mes después -platica Leonila-: “En la fiesta de san Jerónimo, mi hermano venía de la feria con un amigo por la Porfirio Díaz, que antes daba hasta un río. Cerca del río había un lugar donde vendían cerveza y pulque. Fueron ahí y comenzaron a jugar baraja con otros. Como mi hermano y su amigo les ganaron, los otros se enojaron y comenzaron a pegarles. El amigo escapó, pero a mi hermano lo mataron a golpes”.
En es época -platica Leonila, mientras sigue con la Biblia abierta en las bodas de Caná-, ella pudo seguir de pie gracias a la catequesis, al Rosario y al Ángelus, tres cosas que jamás han faltado en su vida.
Leonila es feliz cuando enseña a los niños la Palabra de Dios. Hoy cuenta en casa con un saloncito y unas bancas, y ahí imparte la catequesis. “Ser catequista por tantos años es… la ‘buena onda’ -dice Leonila, y ríe-. Bueno, así dicen los jóvenes”.
Y en ese momento recuerda a una amiga fallecida hace diez años, “Tilita”, como la conocían por el rumbo de Contreras.
“‘Tilita’ duró más de 70 años de catequista, y también era la pura buena onda -vuelve a reír y se encarrera en el tema-: es que es buena onda hablarle a los niños de Jesús, el principio y el fin, el que tanto nos amó, el que murió por nosotros, el que tuvo para la humanidad un amor tan grande que hasta a los malos nos alcanza”.
Leonila dice de “Tilita” que era la mejor catequista, y que hasta el último día de su vida habló de Jesús a la gente.
Y tras decir esto, Leonila vuelve la mirada a su Biblia abierta, lee un poco más sobre las bodas de Caná, y ríe al pensar en algo, una ocurrencia quizás: “Tilita” tal vez era como el mejor vino, el que Jesús guarda para el final de la fiesta.
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