En diciembre de 2014, Salvador Mendiola notó que en la ingle izquierda le habían aparecido quistes; se sometió a estudios, pero no fue sino hasta junio de 2017 cuando el médico le dio los resultados: un cáncer no operable, con una “expectativa de vida de seis meses”.
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El diagnóstico fue impactante para él y su esposa; además, ambos sabían que para prolongar su vida por ese periodo, tendrían que comenzar con un tratamiento de quimioterapias que iría deteriorando paulatinamente su salud, y por consiguiente perdería el trabajo, el sustento económico e incluso una de sus grandes pasiones: el movimiento Scout.
Salvador es presidente de la Federación Mexicana de Escultismo A.C., es decir una red que une a movimientos, centros educativos, brigadas, entre otros, que participan en el movimiento Scout.
Creció en una familia muy católica. Recuerda que él y sus nueve hermanos se hincaban alrededor de la cama de sus padres a orar. “Mi padre guiaba la oración y antes de pedir algo a Dios, le agradecía por el don de la vida y las bendiciones recibidas en familia. De manera que yo me acostumbré a dar gracias al Señor. Pero así tan de pronto, no me imaginaba que en la enfermedad también encontraría cosas por las cuales sentir gratitud”.
El tormento comenzó desde el primer día de tratamiento contra el cáncer: nauseas, diarreas, hipersensibilidad a la luz y otros muchos malestares; en un mes perdió 27 kilos. Con la primera quimioterapia empezó a perder el pelo; con la segunda se le paralizó el intestino; la tercera le provocó infecciones en la piel; la cuarta una dolorosa fibrosis, y con la quinta perdió el apetito.
“Estuve a punto de morir cuatro veces: por peritonitis, por anemia, por neutropenia y por neumonía. Sé que pude sobrevivir gracias que agarraba con mucha fuerza mi cruz, y le decía a Dios: ‘¡Adelante, cuento contigo!’”. Recuerda que una de aquellas tardes se hallaba muy triste cerca de la Iglesia de San Matías; apoyado de un bastón tomó asiento en una banca, “le pregunté a Dios para qué servía alguien como yo. Ahí, pensando en eso que me afligía, comencé a disfrutar el atardecer, me llené de una inusual paz que sólo podía ser de Dios”.
Sus ánimos mejoraron y cada vez sentía mayor fe en la voluntad de Dios, esto le dio la fuerza de tener buena actitud ante sus tratamientos. Es bioquímico por la Universidad Nacional Autónoma de México, por lo que él mismo se creó un riguroso programa de hábitos con el cual pudo sortear bien los efectos nocivos de una segunda serie de quimioterapias.
“Tuve que cambiar mis trajes y camisas por pants y sudaderas; mis zapatos por tenis, y mi corbata por bufanda y cubrebocas. He retirado de mi dieta las malteadas, tacos al pastor y refrescos, y he incluido vegetales crudos, granos, frutos y complementos nutritivos. Sigo vivo, recuperando salud, y agradecido con Dios por el apoyo que he recibido, sobre todo de parte de los scouts y mi esposa Ale.
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