El ser humano es capaz de comunicarse gracias a los símbolos o signos que ha desarrollado; sin ellos, la civilización no existiría. Porque no sólo las pinturas rupestres y los antiguos jeroglíficos son símbolos, sino que de hecho toda palabra, todo idioma y todo abecedario lo es. Igualmente, infinidad de gestos, expresiones y acciones.
Los símbolos influyen de manera significativa en las emociones de los individuos y en su comportamiento. Piénsese, por ejemplo, en la bandera, el símbolo por excelencia de un país; en los actos deportivos es capaz de identificar y motivar a los participantes, al grado de moverlos a intentar el triunfo en la competencia.
Para que un símbolo perdure como tal, se requiere no sólo que represente perceptiblemente una idea, sino que ésta adquiera aceptación, es decir, que alcance un valor convencional en una comunidad específica o incluso en toda la sociedad. En otras palabras, que al entrar en contacto con ese símbolo, de manera explícita o implícita se tenga un acuerdo o entendimiento común de lo que significa.
Y puesto que el hombre se entiende y comunica por medio de símbolos, es también a partir de ellos que es capaz de expresar y percibir las realidades espirituales. Por ello en el cristianismo abundan los signos. La Biblia está llena de signos. Jesucristo mismo realizó muchos signos en su vida pública, por ejemplo: “Muchos creyeron en Él al ver las señales milagrosas que hacía” (Jn 2, 23). Esos milagros fueron señal de su omnipotencia divina y de su poder salvífico.
En el cristianismo los símbolos acompañan cada celebración sacramental, siguiendo la pedagogía divina. Dichos signos pueden estar inspirados en la creación misma, o bien en la cultura humana, pero siempre tienen como referencia final la obra redentora de Cristo.
Pero sucede que esos símbolos llegan a tener un impacto incluso fuera del ambiente eclesial, de manera que acaban convirtiéndose en elementos que los no cristianos identifican como señales propias de los discípulos de Cristo, de tal manera que cuando aparecen ante sus ojos enseguida piensan: “¡Ah, eso es católico!”.
Este texto fue publicando originalmente en El Observador de la actualidad, con quien Desde la fe tiene una alianza de intercambio de contenidos.
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