En 1990 fue descubierto, en el Archivo Histórico de la Catedral de Oaxaca, un manuscrito con música de la segunda mitad del siglo XVIII o inicios del XIX, con el nombre de Cuaderno de Tonos de Maitines de Sor María Clara del Santísimo Sacramento. Estaba escrito para órgano y en la forma convencional, con un pentagrama para la ejecución de cada mano, y un formato de 25 cm. por 18 de ancho. Las partituras quedaron en el olvido, hasta que el investigador Jorge Mejía Torres, en 1985, publicó el catálogo de obras musicales de la Arquidiócesis de Oaxaca, en que la incluyó.
Si bien aún no se conoce a ciencia cierta quién fue la organista, su música ha pasado hasta nuestra época de la mano de algunos músicos interesados en ella, como es el caso de la pianista e investigadora veracruzana Argentina Durán, que ha incluido en su repertorio algunas piezas de esta autora conventual. Durán atrajo los reflectores de nuevo hacia sor María cuando publicó un video en su cuenta de Facebook interpretando la música de la religiosa.
En entrevista, la concertista, que forma parte del selecto grupo de artistas de Bellas Artes, asegura que la música de esta religiosa la cautivó. Destaca “el estilo litúrgico de las piezas que figuran en el cuaderno de 29 folios, escrito para interpretarse en los conventos y templos, durante la hora de los maitines, y que puede corresponder al de una sola persona, es decir, puede tratarse de una sola autora”.
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Poco se sabe de sor María Clara, y lo que se sabe es gracias a la investigación de Mejía Torres. Se cree que perteneció al convento de Regina Coeli de las monjas concepcionistas, en Antequera, Oaxaca, y queda en duda si ella fue la compositora o sólo era la dueña del manuscrito.
Para la pianista, lo más importante es mantener viva su música y recordar el valor que las religiosas han tenido en la música, como es el caso de Ana de San Ildefonso, organista de Puebla.
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Como ella -platica Durán- hubo mujeres como la carmelita Inés de la Cruz Castillet, quien copió música sacra para su convento; Ana Arias Rivera del Monasterio de Santa Catalina de México, que podía tocar cualquier instrumento, o Catalina Álvarez de Arteaga, del convento franciscano de San Juan de la Penitencia, donde llegó a ser “la mejor bajonera de la Nueva España”, según Fray Agustín de Betancourt.
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