Mons. Javier Acero Pérez, expresó el compromiso de la Iglesia de caminar junto a las familias buscadoras y no dejarlas solas en su dolor. Foto: Luis Aldana/DLF
La Arquidiócesis Primada de México recibió este jueves a diversos grupos de familias buscadoras, quienes expresaron su deseo de que la Iglesia camine a su lado. Para muchas de ellas, la fe en Dios y la esperanza de encontrar a sus seres queridos sigue siendo el sostén que las impulsa cada día.
La reunión inició con un minuto de silencio por las más de 130 mil personas desaparecidas en el país, un gesto que envolvió a los presentes de una mezcla de silencio, memoria y reclamo de justicia.
El encuentro fue presidido por Mons. Javier Acero Pérez, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de México, y el Pbro. Jorge Atilano González, director ejecutivo del Diálogo Nacional por la Paz, con el propósito de escuchar, acompañar y construir protocolos que contribuyan a agilizar la búsqueda de los desaparecidos.
En su mensaje, Mons. Acero afirmó que la Iglesia no puede limitarse a “ver u oír el dolor”, sino que debe mirar, escuchar y comprometerse realmente con quienes buscan a sus hijos e hijas. Subrayó que la desaparición de cada persona es lo que realmente importa y que este encuentro pretende fortalecer la búsqueda de la verdad mediante una red de relaciones que permita “formar una caravana de solidaridad” entre todos los actores sociales.
El obispo hizo también una petición de perdón, reconociendo que hubo un tiempo en que, como Iglesia, se miró hacia otro lado, más preocupada por su imagen que por las heridas del pueblo. Retomó las palabras del papa Francisco en 2016, quien llamó a comenzar siempre por las familias y a abrazar las periferias humanas para afrontar el dolor que ahoga tantas vidas.
Mons. Acero reconoció que, por miedo o desconocimiento, la Iglesia y los obispos no siempre han actuado como debían. “Si no las hemos recibido como debíamos, si no hemos orado como nos pedían, perdónennos”, dijo. También pidió disculpas por las ocasiones en que alguna comunidad católica no supo acoger a las familias ante esta realidad desgarradora.
Recordó que la propuesta de la Iglesia es “la unidad como camino hacia la paz, una unidad que no implica uniformidad ni imposición, sino un diálogo respetuoso que ayude a tender puentes, derribar muros y sembrar la reconciliación que todos esperan”.
Antes de escuchar a las familias, las invitó a sentir en este encuentro “el regazo y la caricia de Dios”, y recordando que quien está al lado también carga un dolor profundo. Les pidió encontrar en cada estado, municipio y diócesis la hospitalidad y reconciliación que el Evangelio inspira, siempre perseverando en la búsqueda de la verdad.
Gustavo Hernández, un padre buscador, mencionó que el andar buscando es muy triste, pero que entre las madres buscadoras encontró un círculo de apoyo que entiende lo que estoy pasando. “No pensé que me iba a pasar esto, y ahora entiendo cuánto ama una madre a su hijo, pero también un padre ama profundamente a su hijo. No me voy a cansar hasta que lo encuentre, porque tengo mucha fe en Dios, en que Él me lo va a devolver”.
Evangelina Conteras busca a su hija Tania desde hace 13 años y pide a la sociedad que fueran más empáticos y nos apoyaran en proporcionar información para encontrarlos. “También hago un llamado a aquellas familias que tienen hijos o hijas desaparecidos, pero que tienen miedo a la denuncia, no tengan miedo, entre todos los vamos a encontrar. A Dios diario le pido que me dé licencia para seguir viva hasta encontrarla”.
Por su parte, Brisa, madre de un joven desaparecido desde hace tres años, comentó que ante la falta de asistencia de los canales oficiales, decidió formarse en antropología forense para impulsar por cuenta propia la búsqueda de su hijo.
“Mis compañeras han financiado esos cursos, y yo les enseño a buscar y acompaño a otros colectivos y he colaborado en la localización de alrededor de 200 personas desaparecidas. Hago un llamado a todos los mexicanos, para que sean empáticos y comprensivos en nuestra búsqueda, porque debido a la realidad tan violenta que enfrenta nuestro país, no sabemos a quién le va a tocar que uno de nuestros seres queridos ya no regrese a casa”.
Durante su intervención, el Pbro. Jorge Atilano González explicó que el fenómeno de las desapariciones en México está profundamente ligado a tres crisis estructurales: la de las fiscalías, seguridad y la crisis forense. Subrayó que el país sigue careciendo de las herramientas necesarias para identificar cuerpos, lo que agrava la incertidumbre de miles de familias, pues muchas personas desaparecidas podrían encontrarse en fosas sin ser reconocidas.
Atilano también advirtió que la violencia alcanza incluso a los sacerdotes. Además, señaló que persiste una grave falta de funcionarios sensibles y respuestas oportunas, recordando que las primeras 72 horas son cruciales para las familias. Por ello, se comprometió a escuchar las propuestas y buenas prácticas que los propios colectivos han desarrollado a lo largo de los años, con el fin de definir pasos concretos, mejorar los procesos y crear instancias que realmente fortalezcan las búsquedas.
Al cerrar el encuentro, Mons. Javier Acero dirigió unas palabras profundas a las familias buscadoras. Reconoció que, para ellas, cada día comienza y termina con la imagen de sus hijos e hijas desaparecidos. “Después de tantas angustias, vuelve el recuerdo de esa última imagen cuando despidieron a quien hoy está injustamente desaparecido”, dijo. Y añadió que, cuando escucha sus historias: las vueltas dadas, las puertas tocadas, la soledad recorrida; lo único que puede hacer es “escucharlas, abrazar y llorar juntos”.
Advirtió que la “globalización de la indiferencia”, tantas veces denunciada por el papa Francisco, hoy se ha transformado en una globalización de la impotencia, como señala el papa León XIV, “que nace de una mentira: creer que esta historia siempre ha sido así y no podrá cambiar”.
Mons. Acero de nuevo pidió perdón en nombre de la Iglesia y también como actor social, reconociendo que no se ha sabido construir una sociedad en paz y que se ha normalizado la violencia. “Nos acostumbramos a la muerte, a los tiros en la calle y a un sinfín de gestos violentos que ya no llaman la atención”, lamentó. Recordó además que en la violencia “todos pierden, incluso quienes la ejercen, pues muchos victimarios y sus familias también cargan heridas que merecen ser visibilizadas”.
Afirmó que, en medio de tanta necesidad de consuelo, la prioridad hoy son las familias buscadoras. El regazo que ofrece la Iglesia busca reconciliar un pasado marcado por la soledad, el aislamiento y la marginación, con un futuro que tantas veces parece escaparse.
“Los obispos seguimos escuchándoles, seguimos orando, compartiendo y caminando unidos a tantas víctimas inocentes”, aseguró. Recordó el mensaje de la asamblea episcopal de la semana pasada, donde se reiteró que los pastores tienen el deber de hablar con claridad sobre la realidad del país. “No lo hacemos desde una posición política ni partidista, sino desde la responsabilidad que se nos ha confiado como servidores del Evangelio. No podemos ser indiferentes ante el sufrimiento de nuestro pueblo ni permanecer neutrales cuando está en juego la dignidad de las personas”.
Finalmente, subrayó que la Iglesia no está llamada a repetir discursos oficiales, sino a sostener la verdad, la justicia y el amor del Evangelio. “No somos partido de oposición. Somos Iglesia de Cristo, llamada a reconciliar a todos los hermanos. Y nuestra palabra profética debe estar al servicio de la verdad y la justicia, más allá de agendas partidistas”, concluyó.
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