El momento más difícil en la vida de Gabriela fue cuando tuvo que abandonar su casa para vivir en la calle. ¿La razón? Sus hermanos mayores abusaban sexualmente de ella. Otro caso es el de María Luisa, a quien el Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF) le ganó la custodia de su hijo mayor debido a sus adicciones y por no tener un techo donde vivir. Algo similar le ocurrió a Susana y a Luis Alfredo, quienes lo perdieron todo al tener que vivir en la calle, incluso, su dignidad.
Hoy, Gabriela, María Luisa, Susana y Luis Alfredo buscan superar ese pasado doloroso, y comparten la esperanza de un futuro mejor, ya que forman parte de un proyecto piloto que lleva a cabo la organización Hope of the poor en la Arquidiócesis Primada de México, específicamente en la Parroquia de Corpus Christi, colonia Guadalupe Tepeyac, ubicada a 2.3 kilómetros del santuario mariano que resguarda la tilma sagrada de la Santísima Virgen Morena.
Estas cuatro personas son parte de las 29 familias que actualmente apoya, en la Ciudad de México, la organización Hope of the poor, fundada hace 14 años por los estadounidenses Craig Jöhring y Danny Leger. Su campo de misión son los niños de la calle, los drogadictos, las mujeres en situación de prostitución, las familias sin hogar y gente que trabaja en los vertederos de basura, entre otros grupos vulnerables.
En entrevista para Desde la fe, Ramiro Gómez, Director Operativo de Hope of the poor México, explica que su apostolado tiene, entre otros objetivos, brindar ayuda en diferentes campos, tales como la salud, vivienda, alimentación, educación, formación en la fe, entre otros, a diferentes comunidades marginadas de la Ciudad de México y alrededores.
Para lo cual, se desarrolló un modelo de atención, no sólo enfocado a aliviar la diferentes necesidades materiales de estas familias, sino atender, al mismo tiempo, las carencias y necesidades psico-afectivas y espirituales.
Para ello, se realizan tres tipos de entrevistas a los integrantes de cada una de las familias que conforman la comunidad: situación socio económica, de la fe y una valoración psicológica, “para tener todos los elementos necesarios que permitan no sólo lograr su integración social, sino llevarlos a la fe nuevamente, y que recobren su dignidad de hijos de Dios.
“Esto nos lleva a buscar, en primer lugar, hacer contacto con los líderes de las diferentes comunidades a las que nos acercamos para explicarles en qué conciste nuestra labor y buscar su anuencia para reunirnos con los miembros de sus respectivas comunidades”
Una vez que las personas aceptan la ayuda, se programan las entrevistas para todos los miembros de la familia. A partir de esta evaluación, Hope of the poor determina el apoyo que les brindará, el cual puede ir de seis meses a un año, pues incluso hay familias que no necesitan que se les pague una renta porque tienen su propia casa, pero que viven en una alta situación de vulnerabilidad.
“Con la ayuda que les ofrecemos, ya no se ven en la necesidad de vivir en la calle, de vender drogas, de prostituirse o de realizar alguna actividad ilícita”, apunta Ramiro Gómez.
También reciben atención médica y psicológica para cuidar su salud física y mental, muchas veces afectada gravemente por las drogas y los abusos de los que son víctima en las calles. También se les orienta para poder recuperar sus documentos, pues la mayoría de las veces no tienen ni siquiera su acta de nacimiento.
Jennie Aiza Meade, psicóloga de Hope of the poor, asegura que en México hay unas 100 mil personas viviendo en condición de calle, en circunstancias muy complejas.
“Las personas que llegan a la organización reciben no sólo apoyo económico, sino también auxilio emocional, porque sabemos que, por más que se atiendan las carencias físicas, cuando no hay un apoyo del alma, un apoyo emocional, es muy difícil salir de esas condiciones devastadoras de alcoholismo, de drogas, de pobreza, que han dejado heridas desde la infancia”.
Y agrega:
“Muchas personas se preguntan si es posible sacar a estas familias adelante. La respuesta es sí. Desde luego, es un tratamiento largo y doloroso en el que tienen que repasar y entender las heridas. Pero aquí lo más importante es que estamos agarrados de la fe, y con Dios es más fácil transitar por el camino del perdón y de la liberación”.
La especialista apunta que hay pacientes que incluso requieren atención psiquiátrica porque las drogas afectaron gravemente su cerebro, tienen una grave atrofia cognitivo emocional, y entonces se les envía con especialistas.
“Pero, sobre todo -afirma- se trabaja desde la fe. Porque cuando ellos aceptan a Jesús en su vida, cuando ellos se rinden al amor de Dios y lo empiezan a experimentar, ahí empieza la sanación. Entonces, sí se puede, claro que se puede, todo se puede con Cristo”.
Parte fundamental del programa de Hope of the poor son los misioneros, quienes adoptan, con una especie de beca, a algunas de estas familias, o les compran refrigeradores, estufas, electrodomésticos para facilitarles su día a día.
Ramiro Gómez considera urgente que las nuevas generaciones tengan un encuentro vivo con Cristo en el pobre.
“Creemos firmemente que la práctica de la caridad es uno los medios más hermosos y efectivos para evangelizar, para que tengan ese reencuentro con Dios, con su fe. Porque hay un vacío espiritual tremendo, sobre todo en la juventud. Por eso buscamos a muchos jóvenes misioneros”.
Para ello -abunda- la organización realiza una campaña por todo Estados Unidos, en centros comunitarios y educativos, en iglesias, para invitar a los jóvenes y a sus familias a hacer misión con los pobres. De esta manera, se tiene cada año unas 35 misiones en México, con un aproximado de 500 misioneros en total.
“Nosotros los hospedamos y los llevamos de misión para que convivan con las familias que estamos apoyando, comparten la Misa, conviven, juegan y comen juntos”.
Estos misioneros pasan un promedio de cinco días en la Ciudad de México, y siempre están acompañados por un sacerdote, que les celebra la Misa diaria.
Juan Pablo es misionero, vive en Miami y recientemente participó de una misión organizada por Hope of the poor. Ya lo había hecho anteriormente, pero en esta ocasión decidió viajar a la Ciudad de México con sus tres hijos.
“Fue una experiencia que le abrió los ojos a mis hijos, sólo compartiendo tiempo con ellos, tratando de compartir el amor de Dios. Porque Dios ama a todo el mundo, no importa donde estás en el tiempo en tu vida, siempre Dios te va a ayudar y te va a abrir puertas, cuando crees que todas esas puertas están cerradas”.
Luis Alfredo tiene 23 años y perdió a su familia a causa de sus adicciones, por lo que terminó viviendo en las calles. Actualmente, Hope of the poor le ayuda con la renta de un cuartito, con ropa y despensa. A cambio, se ha comprometido a cambiar de vida, pues esa es la única condición que pone la organización para brindar apoyo.
Luis reconoce el esfuerzo de los misioneros norteamericanos por pasar tiempo con ellos, pues -dice- “no es fácil lidiar con nosotros porque hemos sido ingobernables, hemos sido rebeldes, hemos llevado una vida muy turbia y muy rápida”.
Este joven sabe de lo que habla, pues los testimonios de dolor son vastos:
María Luisa tiene tres hijos: dos niños y una niña: Angélica (15 años), Luis Daniel (13 años) y Jesús Antonio (1 año). Durante muchos años renegó de Dios porque, debido a su situación de calle y a sus adicciones, la familia del padre de la hija mayor se la arrebató, mientras que Luis Daniel se encuentra en el DIF, pues el gobierno le ganó la custodia. Hoy vive sólo con su hijo menor.
“Me salí de mi casa los 12 años porque uno de mis tíos abusó de mí, y mi familia no me creyó. Toqué la calle, conocí las drogas y tuve que sobrevivir. Yo culpaba a Dios de todo eso y de no poder estar con mis hijos, por lo que, siempre que me hablaban de Él, yo los insultaba o los corría”.
María Luisa no quería saber nada de Dios hasta que nació Jesús Antonio, con quien vivía también en la calle.
“Sentí que otra vez se volvía a repetir la misma historia que con mis otros dos hijos. Pero fue cuando conocí la organización y me dieron ese empujón, ese levantón; yo estaba consumiendo cristal con mi hijo, y ahí fue donde recapacité y donde le pedí perdón a Dios, donde me di cuenta que Dios existía, porque si no existiera, yo seguiría ahí”.
Hope of the poor le consiguió un empleo, pero ella prefirió dejarlo. Explica:
“Yo no tuve la oportunidad de cuidar a mis otros dos hijos. Con este no va a pasar lo mismo. Prefiero traerlo cargado mientras vendo chicles en las calles. Pero él está conmigo. Ahorita ya está en edad de entrar a la guardería. Lo voy a llevar para poder recuperar mi trabajo”.
Susana tiene 42 años y 5 hijos, de los cuales tres viven con ella. Su recuerdo más doloroso es la vivencia entre la “población callejera”, donde se sufren -dice- “situaciones difíciles, discriminación, abusos psicológicos, sexuales; vives muchas cosas muy feas”.
No se imagina regresando a las calles, “porque ahora me han recordado que soy un un ser humano y que hay gente buena, y que de donde Dios nos sacó, ya no podemos regresar. Gracias a la organización porque ha cambiado mi vida, la de mis hijos y la de todos mis amigos. ¡Gracias!”
A sus 23 años, Gabriela tiene tres hijos y un nieto. Se salió de su casa desde muy pequeña, pues sufría de abuso sexual y violación por parte de sus hermanos mayores.
“Llevo tres años viniendo a esta organización. Me gusta porque es como regresarme algo bonito (…) me ha costado dejar las sustancias, la droga, pero hoy estoy en abstinencia y me siento bien con lo que hago. Hoy no me meto con nadie, hoy estoy tranquila, y creo que eso es parte de lo que me han enseñado aquí en la comunidad”.
Continúa:
“La verdad, sería como un error si vuelvo a regresar (a las drogas). Aquí hay algo como mágico que me transmite vida, y para mí eso es como la semilla que ya sembraron, y pues, de mi cuenta corre cómo la coseche”.
Gracias a Hope of the poor Gabriela a podido bautizar a sus hijos y a su nieto.
La de Carlos es una historia diferente, pero también dolorosa. Él llegó a vivir a las calles a los 11 años, pero por una situación diferente, pues lo hizo en familia, junto con sus papás y su hermana.
“En la pandemia, mi papá se quedó sin trabajo, y no prosperamos bien. Nos corrieron del lugar donde nos rentaban y anduvimos viviendo bajo de un puente. Un día, mi mamá se acercó a una mujer para pedirle una moneda, y ella nos trajo aquí”.
Hoy en día, Hope of the poor les ayuda con la renta, con comida y con parte de la educación de Carlos y de su hermana. Las cosas van cambiando -dice el joven- pero sabe que ahora debe sanar aquel momento de su vida donde, para él, lo más difícil era quedarse sin comer, que “era lo más normal” y algo que no le desea a nadie.
De los dos fundadores de Hope of the poor, sólo Craig Jöhring vive en Ciudad de México, pues Danny Leger continuó viviendo en los Estados Unidos, lo que, no obstante, favorece el trabajo coordinado.
Craig es un hombre de pocas palabras. Asegura que en un año quisiera ayudar a 25 familias más y traer por lo menos 24 misiones de norteamericanos para ayudar a la gente pobre de México, a cambiar sus vidas.
“Veo un gran sufrimiento en la gente, ellos buscan cambiar sus vidas, regresar a Dios, a nuestra Iglesia , dejar las drogas y tener un lugar digno donde vivir, es cuando busco aliviar su pobreza, brindándoles amor y esperanza en sus vidas”, dice .
Y así resume la filosofía de Hope of the poor:
“Cuando una persona sabe que otra cree en ella, ésta puede cambiar. Entonces, para tener esperanza, es necesario recibir esperanza. Y entonces, cuando la gente recibe esperanza, puede vivir diferente”.
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