“A salvo, a salvo, a salvo, late con orgullo el corazón de la casa”
Antonio Rodríguez
Una familia se dispone a tomar los alimentos en su pequeña y acogedora casa. Los tres miembros: niño, niña y mamá, ríen y comen, todos se miran con cariño. De pronto, las luces de la casa comienzan a parpadear, lo cual los toma por sorpresa. ¡Bam! Los cajones de la alacena se abren violentamente y los cubiertos salen volando hacia ellos; las puertas del mueble se abren y cierran mientras la vajilla completa cae al suelo. Los tres se abrazan, gritan y comienzan a llorar. Aparentemente no hay nada ni nadie que provoque dicho acontecimiento. Pero el espectador sí lo ve y sabe quién es.
Se trata de un “fantasma” que no quiere asustar a nadie, sólo está enojado; y es que el mundo ha seguido sin él; la vida, tal y como la conocía, terminó de golpe y ni siquiera fue su culpa, el “fantasma” está triste, la vida con quien fuera su esposa, ya no es ni será. Y esa familia feliz está disfrutando de lo que él quería, de lo que esperaba lograr. Y poco a poco pasa el tiempo del “fantasma”, con familias que vienen y van, con abandonos y derrumbes, con nuevas edificaciones, incluso con “nuevas eras”. Sólo él sabe el motivo que lo “aferra a este mundo”.
Hablar más sobre la trama sería develar la historia que, aunque tremendamente sencilla, está realizada con tal pasión que es imposible terminar de verla sin cuestionarse uno mismo sobre los problemas del propio fantasma. David Lowery dirige este tristísimo drama de miedo. ¡Sí! el filme da miedo, pero no por las manifestaciones terroríficas que pudieran aparecer, sino por el planteamiento del olvido, del duelo y del dolor. Casi sin recursos, Lowery logra lo que muchos cineastas no pueden con un gran presupuesto.
El filme, aunque lento, dura muy poco: apenas hora y media. Y en ese tiempo plantea lo efímero de nuestra existencia sobre la tierra. Lowery se aventura y cuestiona lo que sucederá cuando quienes nos recuerdan se hayan ido. Ahí es donde entra el verdadero terror.
Es en lo anterior donde se encuentra la conexión con nuestras tradiciones, porque nuestra conmemoración de los Fieles Difuntos se merece más que disfraces alegóricos y concepciones terroríficas; nuestra tradición tiene como fin rendir un tributo a nuestros fallecidos, recordarlos para que sigan manteniéndose “vivos”. Una historia de fantasmas es hablar sobre el tesoro que significa cada pedazo de memoria y cuánto debemos aferrarnos a ellos, a nuestros recuerdos, a lo vivido, a lo triste que resulta olvidar, a lo testarudos que somos para el olvido y a lo macabro que es ser olvidados. Sí, sí es una película de terror.
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