Concédeles, Señor, que en la comunidad sacramental que hoy inician, se comuniquen los dones de tu amor y, siendo el uno para el otro signo de tu presencia, sean un solo corazón y un solo espíritu (Bendición de la Iglesia a los recién casados en la misa del Matrimonio).
Nos llamaste al matrimonio
Nos llamaste, Señor, al matrimonio, un llamado hecho desde la eternidad, desde el momento mismo de la creación cuando pensaste en nosotros y nos pensaste unidos. Nos hiciste uno para el otro. Somos, mutuamente, nuestra divina vocación venida de tu providente amor.
Hoy nos damos cuenta, Señor, cómo fuiste guiando nuestros pasos, conduciendo nuestras vidas para que nos encontráramos por fin, nos conociéramos y nos amáramos. Gracias por intervenir en nuestra historia sin lastimar nuestra libertad.
También nos damos cuenta, hoy, que cuando intercambios nuestro “sí” ante tu altar, también te dimos el “sí” a ti. En ese instante aceptamos responder que sí a tu llamado divino a la santidad y a la felicidad eterna.
Ese día nos cambiaste el corazón
Nuestro amor de novios en mucho parecía un juego. Tenía la emoción de la aventura, la atracción del misterio y, de pronto, la urgencia de los instintos, la pasión que nublaba la inteligencia y que nos asustaba, al mismo tiempo que se nos hacía cada vez más atractiva. Pero la razón nos decía que más allá de la pasión tenía que haber otra forma de amarnos que fuera más duradera. No quisimos amar tan sólo a nuestros cuerpos; nos quisimos amar íntegramente como personas.
Escogimos vivir y envejecer juntos, hasta que la muerte nos separe.
Pero, ¿cómo hacer que nuestro amor fuera exclusivo y para siempre?, ¿cómo lo haríamos resistente al tiempo, a los problemas, a la rutina, a los sentimentalismos?
Y entonces, ese día de nuestra boda, con tu gracias divina cambiaste nuestro corazón humano y nos diste un corazón semejante al tuyo, capaz, muy capaz, de amar para siempre, a pesar de todo y superándolo todo.
Ha habido tormentas…
¡Es tan difícil hacer vida con una persona extraña!, culturas diferentes, caracteres distintos, diversos modos de pensar, costumbres opuestas, sueños que parecían tan incompatibles, impaciencias, celos, palabras hirientes, sentimientos a flor de piel; ¡tantas cosas que impedían nuestra unidad!
Pero míranos. Señor, seguimos juntos a pesar de todo, lamiéndonos juntos las heridas.
Nuestro amor ha vencido. El amor nuestro… ¡y el tuyo!
Y luego vino el don de los hijos
Nos sentimos como tú. Nos sentimos Dios que da la vida. Antes no estaba y, de pronto, allí estaba junto a nosotros una vida nueva toda nuestra, tan parecida a nosotros que asombraba. Y no sólo que tuviera los ojos de papá y la boquita de mamá, era todo su ser como un espejo en el que nos reflejábamos y nos reconocíamos y, sin embargo tan diferente a nosotros, tan persona como nosotros mismos.
Era un don tuyo, tu regalo de amor para que nuestro amor no se estancara, para que no se echara a perder, para que tuviéramos que amar a alguien como a nosotros mismos, ¡más que a nosotros mismos!
Y como era don tuyo, te lo regresamos; lo bautizamos para que tú fueras, también, su Padre, porque a nosotros nos ha ido bien siendo tus hijos.
Somos signos de tu amor
Si llenaste de amor nuestras vidas quiere decir que algo esperas de nosotros. Nos llamaste al amor. Quieres que seamos signos de tu amor para nuestros hijos y para la comunidad en que vivimos.
Quieres que, como tú, seamos lentos para enojarnos y prontos para perdonar, que siempre perdonemos y estemos dispuestos a comenzar de nuevo.
Los esposos somos signos de tu gran amor a la humanidad, un amor que no es voluble, que no es capaz de decir las fatídicas palabras que destruyen las ilusiones y la confianza: “ya no te quiero”.
Tu amor es para siempre, es alianza indestructible, amor fiel e incondicional.
Y así nos debemos amar. Y así quisiéramos amarnos.
Gracias, Señor
Porque nos llamaste al amor y nos destinaste uno al otro, por la búsqueda y el encuentro, por el compromiso y la fidelidad, por la comprensión y el perdón de cada día.
Gracias por el don de los hijos y por la gracia que recibimos para saber ser padres y signo de tu paternidad para ellos.
Gracias por la buena compañía que ahuyenta las angustias de la vida y consuela nuestras penas.
Que nuestro amor sea como el tuyo, Dios del amor.
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