El Papa Francisco ha dicho que ‘la familia es la primera escuela’. Y es que verdaderamente es en la familia donde comenzamos a aprender, donde empezamos a recibir las más valiosas enseñanzas, las que nos formarán para toda la vida. Consideremos algunas.
En familia todos conocen bien qué cualidades y qué defectos tiene cada uno.
Puede ser, por ejemplo, que un niño se porte angelicalmente en la escuela o en casa de sus amiguitos, pero en su hogar se muestra tal cual es, lo cual permite a sus familiares estimularlo para desarrollar sus cualidades y ayudarlo a superar o al menos dominar sus defectos.
En familia se aprende a conocer y amar a Dios y a María; a encomendarse al Ángel de la Guarda y a la intercesión de los santos; a empezar a leer la Biblia; a confiar en el valor de la oración, a poner las necesidades propias y ajenas en las manos del Señor; a ofrecérselo todo, a realizar pequeños sacrificios por amor…
En la escuela tal vez se reza, aunque desgraciadamente cada vez menos, pero suele hacerse una oración general. No hay nada como orar en el hogar, en familia, en confianza. Y como dijo en 1958 el famoso padre irlandés, hoy Siervo de Dios, Patrick Peyton, fundador del ‘Apostolado del Rosario en familia’: ‘la familia que reza unida, permanece unida.’
En familia se aprende a vencer el egoísmo de quererlo o guardárselo todo para uno; se aprende a compartir lo que se es y lo que se tiene. Primero la atención y cariño de los papás; luego los juguetes, la ropa, las golosinas (¿qué comes?, ¿me das?), el propio espacio vital, los conocimientos, las experiencias, los consejos, las risas, las lágrimas…
En familia se aprende a aceptar a los otros como son. Si un extraño o incluso un amigo te llega a caer mal, tal vez lo puedes dejar de ver y olvidarte de él; no sucede así con los familiares, porque debes convivir diario con ellos, en la misma casa. No queda otra opción que aprender a tener comprensión, tolerancia, paciencia, valorarlos como son y no como uno quisiera que fueran. Y de igual modo se aprende a ceder, a procurar no molestar, a tratar de hacerle la vida agradable a los demás.
En familia se aprende a perdonar a los demás, porque resulta insoportable mantenerse enojado con quien vive en la misma casa; se descubre que el perdón es la única puerta para la paz. Y también se aprende a reconocer cuando se ha lastimado a alguien, y a pedirle perdón.
En familia se aprende a ayudar al otro, a solidarizarse cuando tiene una necesidad. A que cuenten contigo y tú cuentes con los demás. Tal vez los hermanos pelean entre sí, pero si uno de ellos necesita algo, sabe que cuenta con ellos incondicionalmente.
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En familia se aprende a amar, con un amor “paciente, servicial, que no tiene envidia, que no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; o se irrita, no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza co la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites…” (1Cor 13, 4-7).
Decía san Juan de la Cruz que, ‘al final de la vida seremos examinados en el amor’.
Es la familia la primera escuela que nos prepara el corazón para ese examen, la que nos enseña la más valiosa lección.
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