Para superar la depresión a través de la fe, estas herramientas espirituales te serán de ayuda
Existen herramientas espirituales que pueden ser muy útiles en la lucha contra la depresión. Pero, es fundamental entender que al tratarse de un trastorno, resulta crucial y necesario consultar a un médico especialista.
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), la depresión “es un trastorno mental común”. Y el ente estima que al menos un 5% de población adulta padece depresión.
Una de las razones por las que se le debe prestar atención es que, si bien existen tratamientos eficaces para afrontarla, “la depresión puede llevar al suicidio”. De igual modo, dado que implica pérdida interés por actividades en períodos prolongados y afecta el estado de ánimo, la depresión tiene consecuencias en muy variados ámbitos de la vida.
La depresión puede afectar a cualquier persona. En efecto, no sucede en una etapa concreta de la edad ni apunta a un solo género.
Ahora bien, en el ámbito espiritual, un caso particular es el de la “acedía” o “acedia”. En tal estado, la persona siente profundo cansancio físico y emocional junto a una gran tristeza.
Ocasionalmente, cuando la depresión no tiene origen psiquiátrico, existe la posibilidad de que presente un vínculo directo con influencias espirituales negativas.
No obstante, se requiere el diagnóstico y la opinión experta de un especialista; en esta circunstancia, un sacerdote con formación en el área, como los exorcistas; y la evaluación técnica de un profesional de la psiquiatría/psicología.
Si la vía de acceso al estado mental y emocional deriva de una fuerza demoníaca, o de un estado de ánimo interior, es fundamental cerrar toda ocasión al pecado.
En este aspecto, la vida sacramental siempre es de ayuda. Por ello, es clave acercarse a los sacramentos de la confesión y la comunión. En casos puntuales, se requerirá la visita del sacerdote con la unción de los enfermos.
Explicaba Juan Pablo II que la depresión es también una prueba espiritual:
“El papel de los que cuidan de la persona deprimida, y no tienen una tarea terapéutica específica, consiste sobre todo en ayudarle a recuperar la estima de sí misma, la confianza en sus capacidades, el interés por el futuro y el deseo de vivir”.
“Es importante ayudarles a percibir la ternura de Dios, integrarlos en una comunidad de fe y de vida donde puedan sentirse acogidos, comprendidos, sostenidos; en una palabra, dignos de amar y ser amados”.
El pontífice también recuerda que “contemplar a Cristo y dejarse ‘mirar’ por Él es una experiencia que los abre a la esperanza”.
En este itinerario espiritual son de ayuda “la lectura y la meditación de los salmos, pues el autor sagrado expresa en la oración sus alegrías y angustias”.
Mientras que “el rezo del rosario permite encontrar en María una Madre amorosa que enseña a vivir en Cristo”.
Naturalmente, “la participación en la Eucaristía es fuente de paz interior, tanto por la eficacia de la Palabra y del Pan de vida, como por la inserción en la comunidad eclesial”.
Pero, se debe actuar con precaución: “Consciente de cuánto esfuerzo cuesta a la persona deprimida lo que a los demás resulta sencillo, es necesario ayudarle con paciencia y delicadeza, recordando la advertencia de santa Teresa del Niño Jesús: “Los niños dan pasitos’”.
Importante recordar que “Cristo escucha el grito de aquellos cuya barca está a merced de la tormenta”. Acompañamos con la convicción de que Dios está presente a su lado “para guiarlos al puerto de la serenidad recobrada”.
En el campo espiritual, el antropólogo y psicólogo Ángel Aguirre Baztán menciona sobre la acedia, el triple retrato de David de Ausburgo.
El personaje distingue una clase de depresión consitente en “el fastidio sólo por todo lo que pertenece a Dios, mientras que en el resto de actividades se conserva la actividad y buen humor”.
“La persona rehuye los rezos siempre que puede hacerlo y se atreve a ello, se apresura a terminar las oraciones que no tiene más remedio que decir y piensa en otras cosas mientras lo hace…”.
Detalla el también doctor en psicología y filosofía que hasta el siglo X, la acedia de los monjes era considerada “tentación diabólica”; mientras que en el siglo XI se la describe como “ociosidad”, y a partir del siglo XII como pereza y falta de fervor espiritual.
En todo caso, a los “monjes piadosos” se les aplicaba doble “terapia”: a los que eran tentados con la sequedad espiritual (“noche oscura del alma”) se les recomendaba la confesión frecuente y la oración. Algo que, ciertamente, resulta de provecho hoy.
Sin embargo, cuando los autores de los Libros Penitenciales se dieron cuenta de que el principal fruto de la acedia era la ociosidad, acuñaron: “Contra pereza, diligencia”. Hay, pues, una doble perspectiva al considerar la acedia como “tristeza” o como “pereza”, explica Aguirre en su estudio Antropología de la depresión. Pero, queda claro que ocuparse física y mentalmente ayuda a enfrentar la depresión.
A lo largo de la historia, han sido muchos los santos que debieron enfrentar duras etapas de depresión, acidia, tristeza y ansiedad. Algunos de ellos sufrieron “noches oscuras” de la fe.
Sin embargo, lejos de separarles de Dios, estos momentos les acercaron a Él.
Por ello, el papa Juan Pablo II estaba convencido de que esta “purificación pasiva” es permitida por Dios en algunos casos, “para que más pura sea la adhesión en fe, esperanza y amor”.
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