Cuando un adolescente o un joven presenta una adicción, no sólo se afecta a sí mismo, sino a toda la familia que lo acompaña, y sufre con él. Pero, ¿qué puede hacer una familia para evitar que las adicciones (no sólo las drogas o el alcohol, también pueden ser los teléfonos inteligentes o incluso los videojuegos) afecten a los hijos?
En entrevista con Desde la fe, el especialista Óscar Joe Rivas, Psicólogo Clínico y Doctor en Neurociencia Clínica, aseguró que las conexiones familiares son fundamentales para evitar que las adicciones entren a la familia.
Cuidar y proteger las conexiones emocionales de los padres con los hijos es una poderosa herramienta para evitar las adicciones.
“Evidentemente que cuando ya hay una conducta adictiva es porque ya llevamos muchos años con un estilo de vinculación en el que los miembros de la familia no se sienten conectados, no se sienten queridos, no se sienten aceptados, no se sienten vistos”.
Muchos padres de familia, agregó, han normalizado mucho la creencia de que las emociones no importan y se ha normalizado el salir a trabajar y dejar a los niños solos para darles todo lo que necesitan: dinero, educación, cultura, valores, e incluso catequesis, “pero lo más importante que los seres humanos necesitan no lo están recibiendo”.
“Lo que sí necesitan para su sano desarrollo tiene que ver con componentes socioemocionales y no lo están recibiendo, eso genera trauma y el trauma es una herida invisible que no nos damos cuenta cuando se está gestando y esta herida invisible tiene la capacidad de dañar a niveles neurobiológicos, no psicológicos, y el niño, niña o adolescente que tiene esta herida va a buscar una manera de traer alivio a esta herida”.
Explica el doctor Óscar Rivas que cuando el adolescente comienza a consumir algún tipo de sustancia o a fumar, o se vuelve adicto a un comportamiento o se vuelve adicto al uso, por ejemplo, de un teléfono celular o de una red social. El problema no es la red social, ni el celular, ni siquiera es el juego. El problema es la herida invisible que está en el cerebro y cuerpo de estos niños, porque todo lo positivo que necesitaron para crecer no lo recibieron”.
Por ello, recomendó a los padres de familia plantearse si sus hijos están recibiendo todo el acompañamiento y las conexiones socioemocionales que necesitan para su maduración.
El también director del Instituto Newman y de la Facultad de Psicología de la Universidad Lumen Gentium puso como ejemplo un estudio realizado en ratones, a quienes se les dio a tomar una mezcla de agua con opioides, que son medicamentos dirigidos a aliviar el dolor que pueden derivar en la adicción.
“Las ratas estaban aisladas, solas en una jaula y se les ponía dos tipos de agua, un agua natural y la otra contenía un fuerte componente adictivo, un opioide. Evidentemente, cuando la rata comenzaba a tomar agua del opioide, se volvía adicta y moría”.
Cuando hicieron este mismo experimento en una jaula, mucho más amplia y donde los ratones convivían entre ellos, los investigadores se sorprendieron al darse cuenta de que los animales tomaban el componente adictivo sólo una vez y no volvían a hacerlo.
“El enfoque convencional a la droga, a la adicción, es que le echamos la culpa por completo al componente adictivo, en este caso al opioide (…) cuando una persona es adicta, queremos que busque sobriedad, pero lo opuesto de la adicción no es la sobriedad, es la conexión”.
“Las ratas tenían conexión con otros pares, por lo que, a pesar de que había un componente adictivo, no se volvían adictas”.
Cuando la droga llega a una familia -agregó el doctor Rivas- lo primero que debemos preguntarnos no es qué hizo mal esa persona, sino mirar el problema desde otro enfoque.
“Tenemos que voltear a ver qué le pasó en su vida, muchas veces existen heridas invisibles, traumas psicológicos que se pudieron haber gestado desde el vientre materno en el contexto de la familia (…) ¿Por qué esta persona no se está sintiendo conectada?”
“El contexto juega un papel fundamental y es mucho más poderoso que cualquier sustancia adictiva”.
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