Aunque nos encontramos viviendo una crisis migratoria, la migración es un fenómeno que ha existido desde el inicio de la humanidad. De hecho, los 12 apóstoles fueron migrantes, el Papa Francisco es migrante. Jesús mismo también fue desplazado, migrante y refugiado.
Sin embargo, la situación política, social y económica ha desencadenado que el fenómeno migratorio se vuelva incontrolable para los países involucrados. De acuerdo con la Organización Internacional del Trabajo, con 4.6 millones de personas desplazadas en toda América Latina y el Caribe, el éxodo de personas refugiadas y migrantes venezolanas representa el mayor desplazamiento de población en la historia moderna de la región.
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México es históricamente un país migrante y hecho de migraciones; sin embargo, la situación actual ha rebasado a gobiernos e instituciones, no sólo en las ciudades fronterizas, también en lugares como la Ciudad de México, que se ha convertido en un punto clave en las rutas migratorias.
Desde personas durmiendo en la calle hasta la muerte lamentable de nuestros hermanos en Ciudad Juárez, los migrantes son blanco de abusos, extorsiones y discriminación. Como Iglesia Católica y a petición del Papa Francisco, estamos llamados a acoger, proteger, promover e integrar al migrante.
Actualmente, en la Ciudad de México existen varios albergues para migrantes, fundados o apoyados por la Iglesia Católica; Cáritas, Cafemin, San José Obrero, Nazareth y Tochan; además de otros dos situados en Iztapalapa. En estos albergues se les brinda a las personas techo, comida, agua, apoyo legal y psicológico, además de un lugar seguro donde se vele por sus derechos humanos.
Porque los migrantes no son solo estadísticas. Son Morgan, que ha visto a sus hijas desmayarse de hambre desde que salió de Venezuela; Diego, que partió solo de su país natal en busca de una mejor vida; y José, que ofrece sus habilidades como barbero para apoyar a sus hermanos migrantes que lo acompañan en su éxodo. Todos ellos han sufrido de hambre y discriminación, pero han encontrado ayuda en la Iglesia, que les tendió la mano en los albergues de la Arquidiócesis de México.
Pero este trabajo no es suficiente para atender la crisis. Por eso hacemos un llamado a las autoridades a revisar las políticas en materia de migración, de modo que siempre se protejan los derechos humanos y se garantice la protección de los más vulnerables.
A los ciudadanos les invitamos a apoyar el sustento y funcionamiento de las casas para migrantes antes mencionadas, donando en especie a través de Cáritas de la Arquidiócesis de México.
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Y hacemos un llamado a los fieles creyentes a hacer conciencia, a detenernos un momento para dar gracias a Dios por tener un techo y a pensar que los migrantes son personas con rostros y con historias: nadie quisiera cambiar una casa por un mochila.
Ofrecer hospitalidad brota del esfuerzo por ser fieles a Dios, por escuchar la voz del Pastor y reconocerle en las personas que nos rodean, pues, como nos enseña Jesús (Mt 25, 31-46): todo lo que hicimos por nuestros hermanos, lo hicimos por Él.
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