Su imagen dio la vuelta al mundo: vestía top blanco, pantalón negro holgado, converse negros, y llevaba cubrebocas y el cabello suelto. Quien tomó esa fotografía fue la misma persona que la abandonó en la carretera Monterrey –Nuevo Laredo el pasado 9 de abril, alrededor de las 5 de la mañana. Trece días después, Debanhi Escobar, la joven de 18 años, fue encontrada sin vida en la cisterna de un hotel.
La gran cobertura que dieron y siguen dando los medios de comunicación a este emblemático caso, es la expresión mediatizada de una realidad que, por desgracia, se ha vuelto “normalidad”: nuestras desaparecidas. Un gravísimo problema con el que, tristemente, nos hemos acostumbrado a vivir.
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Debanhi fue una de las 327 mujeres que fueron reportadas como desaparecidas en Nuevo León, en lo que va del 2022, según cifras del propio gobierno del estado. Y de acuerdo con el último reporte de la Comisión Nacional de Búsqueda, en promedio 18.5 mujeres desaparecieron diariamente en México, entre 2016 y 2020, de las cuales, el 55% son niñas y adolescentes menores de 18 años.
¿Quién es el responsable de esta monstruosidad? El caso Debanhi es un ejemplo claro de la ligereza con que en las redes sociales puede abordarse un tema tan complejo, pues tras la desaparición de una mujer, es muy común que se impute, a botepronto, la responsabilidad a la propia víctima o a su círculo más cercano de familiares o amigos.
Y si bien no podemos negar que nuestro tejido social se encuentra fracturado severamente y que todos somos corresponsables en la tarea de revertir los antivalores que han penetrado como agua en esas fracturas, tampoco podemos negar que, en cualquier caso de desaparición, el Estado tiene un alto grado de responsabilidad, pues ha fallado en materia de educación -que es la base para que un país cuente con una sana estructura social–, en garantizar la seguridad a sus ciudadanos y en asegurar la justicia a las víctimas.
El Papa Francisco, en su visita a México en el 2016, dijo que la principal riqueza de nuestro país eran los jóvenes, dado que estos constituyen la mitad de la población. Pero en los últimos años hemos visto cómo ese rostro joven se desfigura a pasos acelerados debido a políticas públicas inmorales, corrupción, narcotráfico, exclusión, violencia, trata de personas, secuestro, pornografía, aborto. ¿Quién es el principal responsable de ello?
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El problema es crónico y no hay cabida para los analgésicos. “Todos somos necesarios”, también dijo entonces el Papa Francisco a los padres de familia que habían visto cómo el crimen organizado les arrebataba a sus hijos, y buscaban la manera de unir esfuerzos para encontrarlos.
Y es que sólo así, trabajando juntos como sociedad –sin dejar y exigir al Estado que cumpla su deber de proteger a sus gobernados– podemos “pensar y proyectar un futuro, un mañana de esperanza, pues sólo un pueblo con juventud –nos dijo el Santo Padre– es capaz de renovarse y transformarse”.
La Iglesia debe seguir predicando, incluso con más fuerza, el valor y la dignidad de la mujer. El Papa Francisco fue muy claro en ese sentido durante la homilía de la primera Misa de este 2022: “Cuánta violencia hay contra las mujeres. Basta. Herir a una mujer es ultrajar a Dios, que tomó la humanidad de una mujer”.
Vayamos con esperanza al rescate de nuestras jóvenes. Aún es tiempo. Y, Debanhi, Dios te reciba en sus brazos amorosos.
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