Editorial

No se trata de números, sino de fidelidad al Evangelio

En tiempos donde las estadísticas parecen tener la última palabra, también la Iglesia es objeto de análisis numéricos: cuántos se bautizan, cuántos asisten a misa, cuántos se alejan. Y si bien estos datos pueden ofrecer luces para comprender el momento presente, sería un error pensar que la misión de la Iglesia se define por la cantidad.

La Iglesia no existe para crecer en cifras, sino para anunciar con fidelidad y valentía el Evangelio de Jesucristo, sin importar cuántos respondan al llamado.

El Papa Benedicto XVI lo expresó con claridad: “La Iglesia no crece por proselitismo, sino por atracción” (Homilía en Aparecida, 2007). Es decir, lo que mueve el corazón del hombre hacia Dios no es una campaña de marketing espiritual ni una estrategia de expansión, sino el testimonio del encuentro con el amor vivo de Cristo, que se manifiesta con plenitud en su Pasión, Muerte y Resurrección, y que quienes profesamos la fe católica debemos hacer vida todos los días.

Jesús, el Hijo de Dios, no vino a fundar una organización preocupada por los números, sino a entregar su vida por amor, y así reconciliar al mundo con el Padre. La cruz, lejos de ser un fracaso, es el trono desde donde reina el amor. Y la Resurrección es la certeza de que la muerte no tiene la última palabra. Por eso, como decía San Pablo VI, “la Iglesia existe para evangelizar” (Evangelii nuntiandi, 14). Esa es su identidad más profunda.

El compromiso de la Iglesia con el ser humano —especialmente con los más pobres, los marginados y los descartados— no busca prestigio ni dominio, sino dar testimonio del Reino de Dios que ya está entre nosotros y que culminará en la eternidad.

El Papa Francisco lo ha dicho: “Prefiero una Iglesia accidentada por salir a las calles que una Iglesia enferma por encerrarse” (Evangelii gaudium, 49). Por lo tanto, no se trata de conservar espacios, sino de ser fieles al mandato misionero.

Quien vive el Evangelio desde la cruz y la Resurrección no teme la disminución de números, porque sabe que lo esencial es permanecer en Cristo. Es allí donde se encuentra la verdadera fecundidad: “Quien permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto” (Jn 15,5). Una Iglesia pequeña en número, pero grande en fidelidad, tiene más fuerza transformadora que un cuerpo numeroso pero sin alma.

Las estadísticas no nos obsesionan. En el marco del domingo más importante del año, dejamos claro que nuestra única preocupación debe ser anunciar a Cristo a través de Su Palabra y con nuestras obras, confiando en que Él mismo sigue haciendo nuevas todas las cosas.

DLF Redacción

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