Inició el Sínodo de la Amazonia y la mirada del mundo está puesta en Roma, donde 185 padres sinodales reflexionan sobre el presente y futuro de esta región que repercute en el mundo entero. Lo hacen con una visión pastoral, cultural, social y ecológica, con pleno respeto a la identidad de los pueblos originarios.
La preocupación de la Iglesia Católica por el futuro de la Amazonia viene de tiempo atrás: de modo concreto, en la acción de tantos misioneros como Ezequiel Ramin, Luis Bolla, Inés Arango y Alejandro Labaka, por mencionar algunos; y de manera institucional en eventos como la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, celebrada en 2007 en Brasil, en donde el Papa Benedicto XVI recibió el tema con atención pastoral.
En 2015, el Papa Francisco hizo en ‘Laudato Si’ un planteamiento integral sobre el cuidado de la casa común, y el Sínodo de la Amazonia es una respuesta concreta a ese planteamiento. Así que el trabajo actual de los obispos se proyectará en soluciones no sólo para esta región del planeta, sino para todas las reservas ecológicas del mundo y para el horizonte humano en su conjunto.
Hay voces discordantes señalando que la misión de la Iglesia nada tiene que ver con el cuidado del medio ambiente, sino con el anuncio de Cristo muerto y resucitado; sin embargo, ha quedado en claro que separar el tema ecológico del teológico significaría un rechazo de la fe que ha de encarnarse en todos los ámbitos humanos.
En este sentido, el Cardenal Carlos Aguiar ha sido muy puntual al destacar la importancia de promover una ecología integral, y para ello se requiere un cambio urgente de estilo de vida de la sociedad. Y su intervención va más allá, pues para la Iglesia no es suficiente convocar a la humanidad a una cruzada para la conservación del planeta bajo la amenaza de su destrucción y por miedo, sino para hacer conciencia de que somos custodios de la Creación, en la que el Señor nos ha manifestado su amor.
El Génesis nos habla de una Creación de Dios en armonía, con orden y en comunión, pues así actúa el Espíritu de Dios: siempre construye, da vida y hace florecer.
Es, pues, una atención de amor y cuidado por toda la humanidad, por todo el planeta, lo que mueve a los obispos reunidos en Sínodo; no por miedo ni por amenazas catastróficas.+
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