Más allá del momento presente, marcado por una severa crisis sanitaria y económica debido a una pandemia que afecta al mundo entero en este 2020, somos un país, una nación, que tiene una historia que recibimos por herencia y construimos como tarea y vocación.

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México es nuestra patria, y tiene una historia de casi 500 años como nación mestiza, fruto del encuentro de culturas antiguas, los habitantes originarios de estas tierras y los pueblos europeos. La realidad no es sólo el momento que vivimos, sino que vivimos gracias a muchos acontecimientos que están en el pasado y que nos han dado una identidad y un futuro.

Celebrar las fiestas patrias es reconocer con orgullo nuestro pasado en sus aspectos más valiosos, de manera especial desde el momento en que comenzamos a ser una nación independiente gracias a lo que realizaron muchos hombres y mujeres que pusieron en riesgo su vida para dejarnos un territorio y una cultura.

Como mexicanos y como cristianos tenemos un símbolo que nos acompaña desde los primeros momentos, como primera figura del mestizaje hace casi 500 años, y ha continuado presente en los acontecimientos importantes, impulsando nuestro camino hacia la libertad, la justicia, la paz; se trata de Santa María de Guadalupe, con todo lo que significa su figura, su rostro y su inspiración.

No es mera casualidad que la Basílica del Tepeyac sea el centro espiritual de nuestra patria y que el estandarte guadalupano se haya convertido en la primera bandera del México insurgente; no es arbitrario que el prócer José María Morelos la haya declarado como “Patrona de nuestra libertad” (Sentimientos de la Nación # 19).

Celebrar con alegría nuestra fiesta nacional implica reconocer los méritos de nuestros antepasados y los valores de nuestra cultura presente, marcada indudablemente por una identidad cristiana. Fueron los sonidos de una campana de la Parroquia del pueblo de Dolores, agitada por el cura Miguel Hidalgo, desde donde inició el despertar de la conciencia independiente.

Mucho se puede y se debe discutir sobre los detalles históricos y las implicaciones de los personajes y las ideas, pero los hechos están allí, la culminación de la independencia se sellaría solemnemente con un Te Deum (Acción de Gracias a Dios) en la Catedral de México, en medio de una sociedad reconciliada y una Iglesia reencontrada con todos sus fieles. Por eso las fiestas patrias en México tienen un eco religioso que nos hace pensar en que la historia es también el espacio de Dios y el tiempo de nuestra salvación. Los conflictos y las divisiones surgen y se superan, suben y bajan, son momentos de una historia que también tiene encuentros y desencuentros.

Cada año es una fiesta popular que no necesita de justificaciones ni de propagandas, mucho menos de ropajes ideológicos, es la fiesta de nuestra identidad, es la fiesta de nuestro orgullo nacionalista, donde celebramos esta cultura y este pueblo que se distingue en el mundo por sus tradiciones, sus comidas, sus canciones y sus bailes, su religiosidad, su sensibilidad, sus rostros y sus manos, sus anhelos y sus logros, también sus tragedias.

Celebrar esta fecha especial, a casi doscientos años de la proclamación de la independencia, nos lleva también a reconocer que somos protagonistas de esta realidad. La herencia se vuelve compromiso con el futuro: celebrar la Independencia nos lleva a pensar en que dos siglos de realizaciones deben ser mejorados con el talento y los recursos de una nueva generación. No es tiempo de desaliento, sino de esperanza, no es tiempo de pesimismo sino de fortaleza, no es tiempo de lamentos, sino de creatividad. No es tiempo para paralizarnos por el miedo ante circunstancias pasajeras, sino para lanzarnos con intrepidez hacia el futuro. No es tiempo de divisiones ideológicas sino de reencuentro en lo más genuino de nuestra identidad.

Hay quienes quieren convencernos de que no hay motivos para celebrar ya que estamos en medio de problemas y conflictos. Debemos responder que celebramos el pasado como una realización que recibimos con gratitud y valoramos el presente como el espacio para nuestra responsabilidad. Los problemas son para solucionarlos con determinación, las limitaciones son para buscar con talento y superación. Un pueblo que es consciente de su pasado, es también un pueblo con futuro.

 

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