La semana pasada, todas las iglesias de México se unieron a la Jornada de Oración Mensual, que en esta ocasión tuvo como objetivo pedir a Dios por todas las personas que sufren la violencia intrafamiliar y la descomposición del tejido social. También se pidió a la Virgen de Guadalupe para que ilumine y oriente a las familias a fin de seguir construyendo la paz que tanto anhelan.
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Las Jornadas de Oración Mensual forman parte de una estrategia integral surgida -a raíz del asesinato de los dos sacerdotes jesuitas en junio de 2022- de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), la Compañía de Jesús en México y la Conferencia de Superiores Mayores de Religiosos de México (CIRM), para hacer conciencia de que la paz, como don de Dios, se construye desde todos los ámbitos.
La preocupación de nuestros obispos no es menor. Y es que, de acuerdo con el Instituto Nacional de Salud Pública y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, sólo 3 de cada 10 niños son educados en un entorno libre de violencia. Es decir, el 70% de los niños en México viven bajo algún tipo de violencia física, psicológica o simbólica.
Otros datos duros los revela la Encuesta de Cohesión Social para la Prevención de la Violencia y la Delincuencia del INEGI: el 50% de jóvenes de entre 12 y 29 años viven situaciones de conflicto constante que no son resueltos dentro de sus hogares; y de este porcentaje, el 44.2% evita convivir con sus familiares debido a estas situaciones de conflicto, lo que favorece el consumo de sustancias adictivas en niños y adolescentes.
De igual forma, resulta alarmante el número de mujeres que son golpeadas dentro del hogar. Son ellas las principales víctimas de violencia intrafamiliar con el 70.7% de los casos, según datos del Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia.
En efecto, para muchas mujeres, el hogar es más bien un campo de guerra donde sufren graves heridas de toda índole, donde es más fácil cometer suicidio como aparente salida ante su dolor, y donde lamentablemente algunas encuentran la muerte como consecuencia de las brutales golpizas que les propinan sus parejas.
La violencia intrafamiliar es un fenómeno sumamente complejo, y por lo tanto, la solución requiere múltiples enfoques y un trabajo interdisciplinar y conjunto por parte de diversos órganos sociales, políticos y religiosos.
Pero lo que sí queda claro, es que “debemos comenzar por cultivar en el hogar el respeto de unos por otros, el amor, el diálogo, la reconciliación y el manejo adecuado de los conflictos”, como bien lo señaló en julio de 2020 el obispo auxiliar de México, Luis Manuel Pérez Raygoza, justo cuando el tema de la violencia intrafamiliar crecía significativamente a causa del aislamiento provocado por la pandemia.
La solución a este flagelo también la delineó entonces el Obispo Auxiliar de México: es necesario que, como sociedad, cuidemos de nuestras propias familias; ejerzamos la denuncia de las personas y situaciones que favorecen el desarrollo del problema; motivemos el replanteamiento de la educación, y exijamos la impartición de justicia, la custodia de los derechos humanos, y la atención subsidiaria y solidaria a las víctimas.
Como pueblo mayoritariamente católico, también podemos aportar mucho proclamando y ofreciendo la única fuerza capaz de sanar y transformar los corazones desde la raíz: el amor de Dios, y favoreciendo al máximo posible que los victimarios se abran a la acción de Dios y puedan sanar las profundidades del corazón.
En palabras de Mons. Pérez Raygoza: “el corazón de un victimario de sus propios familiares, muchas veces es un corazón herido en el amor, incapaz de resolver sus problemas más profundos, carente de unidad y de equilibrio, incompetente en el manejo de sus impulsos y reacio para abrirse al amor humano y al amor divino”.
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