La posible contratación de un grupo de médicos cubanos, por parte del Gobierno Federal, ha dado lugar a nuevas polarizaciones en el país. La expresión de afirmaciones de un lado y de otro, expresan verdad.
Es cierto que los médicos mexicanos que trabajan en el sector salud tienen condiciones laborales malas. Hace poco se hizo público el caso de una doctora que renunció a su plaza en un hospital del IMSS, cuando se veía obligada a atender, bajo estándares de “productividad”, a más de 16 pacientes en su turno, además de emergencias, interconsultas, etc. Ante la incapacidad de un ejercicio profesional de calidad y las presiones laborales decidió retirarse. Y así se encuentran miles de profesionales de la salud, sobrecargados, frustrados por no poder atender con calidad a sus pacientes, sin insumos y muchos de ellos sin la seguridad de tener un contrato permanente de trabajo.
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Por otro lado, también es una realidad lo que afirmó el presidente. En México hay regiones históricamente desatendidas en salud, a las que los médicos no quieren ir. Pero ¿Por qué no quieren ir? Las causas son multifactoriales, pero un problema fundamental tiene que ver con la desaparición del “médico general”, ese humanista capaz de entender y atender casi todo.
Desde hace unos años, muchas escuelas de medicina se han convertido en programas de preparación de estudiantes, que presentarán el examen nacional para residencias médicas. En el modelo de salud vigente, “quedarse” como médico general, sin especialidad, equivale a ser “de segunda”, a no tener oportunidad de una plaza, a vivir con muy bajos ingresos.
Así que casi todo egresado de las facultades de medicina, intenta encajar en el sistema de atención vigente, sobre-especializado, caro, poco eficaz y lejano de la mayoría de personas en México. Un sistema ejercido como negocio por el sector privado. La otra opción es buscar una de las pocas plazas para médico especialista o sub-especialista del sector público, que tendrá que “completar salario” con el ejercicio privado y asumir malas condiciones de trabajo.
No pocas veces, sacerdotes que se encuentran en regiones marginadas, son testigos de personas que están muriendo no por la enfermedad, sino por su pobreza y la falta de acceso a la salud. Cuando se requiere de atención de segundo o tercer nivel, estas personas tienen como único horizonte rezar por un milagro o una buena muerte. El sistema de salud no funciona y no ha funcionado, no hay medicina preventiva eficaz, ni acceso a la salud en México para todos, ni hoy ni antes.
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En conclusión: faltan médicos, pero también falta un plan nacional de salud. Es urgente que el Estado Mexicano atienda el abandono en salud de miles de personas. Las universidades tienen que retomar la formación de auténticos humanistas, capaces de atender de manera integral la salud del ser humano. Pero para que esto suceda, el Estado tiene que garantizar un horizonte de trabajo, seguridad y vida digna para las y los profesionales de la salud. Además, se tiene que ampliar la oferta de plazas y mejorar las condiciones de trabajo y salarios para los médicos especialistas.
Y a los médicos cubanos habría que advertirles que se verán en la necesidad de trabajar en condiciones precarias, con pocos insumos y desabasto, quizás aquí tendrán que agregar a su práctica cotidiana, el escapar de la violencia del crimen organizado. No quitarán a los médicos mexicanos y tampoco resolverán el gran desafío que tiene el Estado.
Que sirva toda esta discusión nacional para pensar y actuar juntos ante el desafío de la atención a la salud.
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