A unos días de celebrar la Navidad vale la pena que nos preguntemos un par de cuestiones. La primera sería ¿cómo queremos vivirla? Y la segunda ¿de qué manera puedo dar un sentido auténtico a la Navidad? Estas dos preguntas surgen por el hecho de que nosotros, creyentes en Cristo, no podemos vivir la Navidad como si desconociéramos el maravilloso Misterio que encierra un acontecimiento de tal magnitud.
Los bellos sucesos narrados en los denominados evangelios de la infancia de Jesús en san Mateo y san Lucas, como lo son el anuncio del Arcángel, el sí de María, así como su concepción virginal y el nacimiento de Jesús, nos colocan delante del insondable Misterio de la Encarnación y con ello delante de un Dios, cuyo amor hacia nosotros es tan grande, que dejando su condición divina, toma nuestra propia condición humana (Cf. Fil 2,6-11) para conducirnos a la salvación. Es el Emmanuel, Dios con nosotros (Mt 1,23) el que desde ese momento y hasta la consumación Pascual, permanece verdadera y fielmente con nosotros.
Por tal motivo, no podemos vivir la Navidad desde la óptica de la superficialidad consumista sino desde la mística enfocada en la contemplación agradecida de tan extraordinario e inmerecido designio.
Esta contemplación del pequeño e indefenso niño que nace en la pobreza y sencillez del pesebre, es el signo indefectible que debe fundamentar, no sólo el sentido de la Navidad, sino de toda la vida cristiana. Es decir, si miramos con ternura a ese recién nacido tan vulnerable y arrullaremos devotamente nuestras imágenes del niño Jesús, es con la misma ternura y prestancia que hemos de mirar a los vulnerables y débiles del mundo de hoy, como lo hizo el mismo Jesús: hambrientos, enfermos, encarcelados injustamente, forasteros (migrantes), empobrecidos, discriminados, ultrajados, y en la medida de lo que nos sea posible, dar, cuidar, proteger, alimentar, consolar, acoger, bendecir.
Siempre hay oportunidad para realizar alguna de estas acciones porque siempre encontramos una persona que padece necesidad en algún punto de nuestro camino. Que volvamos la mirada y decidamos no detenernos, es otro tema. Y nunca lo olvidemos, es al mismo Jesús a quien lo hacemos (Mt 25, 40). Esa es nuestra Navidad cristiana y ese su sentido.
Que no nos la roben convirtiéndola en una simple fiesta decembrina de convivencias, comilonas, luces e intercambio de regalos, donde el más ignorado es Jesús y con él, todos los que a nuestro alrededor claman justicia y un poco de nuestra atención. No nos olvidemos de ellos.
Vivamos con plena conciencia y gozo interior el nacimiento de nuestro Señor y compartamos con los demás su verdadero significado. Entonces sí podremos decir y desear para cada uno: ¡Feliz Navidad! ¡Dichosos todos porque hoy nos ha nacido el Salvador! (Lc 2,11).
El feminismo, una corriente filosófica y social que busca la igualdad de derechos y oportunidades…
“Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de…
El 29 de diciembre iniciaremos el Año Jubilar 2025 en las diócesis del mundo, con…
Lo que empezó en los años 20 del siglo pasado como una causa homicida, al…
‘¡Viva Cristo Rey!’ Hagamos nuestra esta frase, no como grito de guerra, sino como expresión…
El Vaticano publicó la segunda edición del libro litúrgico que contiene las instrucciones relacionadas con…
Esta web usa cookies.