Esta semana se llevó a cabo la segunda campaña de vacunación contra el Covid-19 en tres alcaldías de la Ciudad de México, con una mejor organización por parte de las autoridades de gobierno y una colaboración ejemplar de los ciudadanos.
Confiamos en que la experiencia adquirida en estas dos jornadas de vacunación en la capital del país, permita afinar aún más los procesos de aplicación de las dosis en los grupos vulnerables, tal como sugiere el plan de acción, y sirva de ejemplo a otras entidades del país.
Cual si se hubiera entreabierto una puerta largamente clausurada, esta segunda jornada de vacunación anti-covid permitió ver a los capitalinos una primera luz de esperanza, en el sentido de que pronto los contagios y fallecimientos podrían comenzar a disminuir. Pero sobre todo, nos inyecta de optimismo y alegría el darnos cuenta de que México sigue amando la vida.
El Papa Francisco ha dicho que cuando una sociedad margina a sus ancianos, corta sus raíces y oscurece su futuro, al tiempo que realiza un acto de injusticia y se enfila hacia su propio fracaso. Pues bien, en este sentido la pandemia ha logrado un efecto contrario: nos ha hecho volver los ojos a nuestros ancianos para proteger su vida, haciéndoles sentir lo importantes que son para nosotros.
Baste ver a las miles de personas o familias que, tras verse obligadas a poner tierra de por medio con sus abuelos para evitar llevarles la enfermedad, se dieron a la tarea de encontrar nuevas formas de cercanía con ellos, y de expresarles su cariño de forma creativa para sostener su estado de ánimo, con el deseo y la promesa de abrazarse nuevamente.
Y en cuanto a nuestros ancianos, ¡vaya que han sabido responder a ese cariño renovado! Aguardando con infinita paciencia, han sabido dar respuesta a ese cariño manifiesto, que acaso un día pudo parecerles pálido, ya sea por la costumbre, la indiferencia o la falta de signos concretos de amor que la distancia reavivó.
En las últimas semanas, hemos visto a los hijos o nietos preocupados por registrar a sus abuelos en la base de datos de la vacunación; o llevarlos de la mano, muy bien abrigados y protegidos, a recibir su vacuna. Llena de emoción escuchar el aplauso de nuestros ancianos cuando ven llegar a los centros de vacunación al personal de salud y a los cuerpos de seguridad, resguardando lo que para ellos significa vida.
Las jornadas de vacunación se están convirtiendo en verdaderas fiestas de la vida: ancianos que participan en rutinas de calistenia o bailan con los voluntarios mientras llega su turno; que se hincan y se persignan después de recibir la inyección; que gritan “¡Sí se pudo!” por haber logrado llegar a ese momento, al que lamentablemente miles de hermanos no pudieron llegar.
Parte el corazón la anciana de 99 años que, ante las cámaras de televisión, pedía renunciar a su vacuna a fin de que la recibiera algún joven que la “necesitara más” para poder salir seguro a trabajar y llevar dinero a su familia. Lo que hemos visto es, en verdad, un homenaje a la vida, que hoy se asoma como una luz al final de un largo y oscuro túnel de dolor y muerte.
Nuestros ancianos nos han demostrado que son el eslabón entre generaciones, el enlace por el que se transmite el amor a la vida en cualquier circunstancia; nos han hecho ver que pueden tener una voluntad más sólida que la de cualquier joven, y nos han abierto los ojos a dos verdades esenciales: la familia sigue siendo el tesoro más sagrado de los mexicanos, y la vida, la vida, la bendita vida, es un don sagrado de Dios, que sólo Él tiene derecho a quitar.
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