México se encuentra aún lidiando con la pandemia de COVID-19, y mientras busca la manera de superar la crisis, se precipita sobre el país y el mundo otra igual o peor que la sanitaria: la crisis económica.
Han pasado cuatro meses desde que se inició el cierre de muchas actividades a causa del confinamiento, y aunque poco a poco se han reactivado algunos sectores, hay otros que aún están lejos de poder abrir sus puertas.
Esta última semana se informó de una histórica caída del Producto Interno Bruto y del impacto en la actividad industrial, a lo que se suma la pérdida de miles de empleos en el sector formal y la desesperación de otras miles de personas que trabajan en el sector informal y que no han podido obtener recursos para vivir. Adicionalmente, miles de empleados están siendo afectados en sus prestaciones y en su salario habitual.
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No es algo que afecte sólo a una empresa, a una ciudad o a un país. Es un fenómeno mundial.
Hace unas semanas, la Conferencia del Episcopado Mexicano publicó un documento titulado: “Abrazar a nuestro pueblo en su dolor”, y en uno de sus apartados, les recordaba a todos aquellos que han sido gravemente afectados en su economía, que no están solos.
“Urge que todos los sectores competentes, gobierno, empresarios y sociedad, generemos condiciones que modifiquen el escenario desolador que estamos viviendo”, señalaban los obispos de México.
La Iglesia no es inmune a esta crisis; por el contrario, las actividades parroquiales aún permanecen suspendidas en algunas diócesis, y en las que se han abierto los templos, la reactivación ha sido muy lenta, pues se ha tenido que actuar responsablemente ante la alerta sanitaria; sin embargo, miles de empleos dependen también de estas actividades.
Aprovechamos este espacio para agradecer a los fieles que nos han apoyado y a quienes han colaborado para que, hoy con más fuerza que nunca, se mantengan las actividades caritativas de la Iglesia, como la entrega de despensas, los comedores comunitarios, los albergues y los centros de atención a víctimas y a migrantes.
Ante la precaria situación económica que están viviendo miles de hermanos, hacemos un llamado a caminar juntos como sociedad. A los gobernantes, para que a partir de la escucha y del trabajo en equipo en beneficio de los demás, encuentren soluciones que apoyen a la planta productiva y a los generadores de empleo.
Y a la sociedad en general, la Iglesia le sigue pidiendo apoyo para quienes menos tienen; impulsemos a aquellos que tienen la posibilidad de brindar oportunidades laborales, motivemos el espíritu emprendedor y trabajemos unidos para salir victoriosos de esta etapa crítica.
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