Este año conmemoramos los 500 años de la llegada de los primeros 12 franciscanos a América que pisaron estas tierras con la plena encomienda de evangelizar.
La llegada de estos 12 misioneros marcó el inicio en la construcción de los cimientos de lo que hoy es México como una sociedad integrada. Para desempeñar su labor buscaron conocer a profundidad a los pueblos, sus culturas, tradiciones y lengua, y a partir de ello realizar su labor, que no se limitaba a transmitir el mensaje del Evangelio.
Desafortunadamente la tarea iniciada por este grupo de religiosos en América ha sido un hito histórico poco reconocido en los últimos años, tanto en América como en España, y no se le ha dado el valor que merece como parte fundamental para el establecimiento de valores tan grandes como la justicia, la educación y los derechos humanos.
No saber quiénes somos, ni reconocer nuestros orígenes y el proceso de inculturización que vivimos hace 500 años trae el riesgo de ocasionar una ruptura de identidad.
Desde esta trinchera, hacemos una invitación al gobierno, a los académicos, a la iniciativa privada y, por supuesto, a asumir un compromiso como Iglesia en México, para abrir espacios de educación, reflexión y trabajar en el conocimiento de nuestra propia identidad.
La ausencia de identidad, como alguna vez ha dicho el Papa Francisco, da pie a la generación de identidades falsas y a la imposición de ideologías.
El origen y estructura de la Iglesia en México y América Latina, de sus parroquias, calles y plazas, de sus tradiciones y su cultura, tuvieron su inicio de la mano de esos 12 franciscanos. Las universidades, las obras de beneficencia, los hospitales, los primeros sistemas educativos y las iniciativas que trabajaron por primera vez en defensa de los derechos humanos, son un legado que no podemos negar o dejarlo a segundo término.
No podemos progresar ni desarrollarnos como país si no tenemos memoria. Por ello, consideramos prioritario recordar el papel que tuvo la vida consagrada, representada por esos 12 frailes franciscanos y muchos religiosos más que llegaron hace 500 años para construir los cimientos de nuestra sociedad actual.
“Los tengo a todos por mis hijos, y así ellos me tienen por padre”, señala Fray Pedro de Gante en una carta de 1548, un hombre que entregó su vida por las poblaciones indígenas, de las que aprendió todas sus costumbres y con las que convivió hasta el día de su muerte. El legado de Fray Pedro de Gante, los 12 franciscanos que llegaron en 1524 y los cientos de religiosos que les siguieron no puede ser olvidado ni despreciado.
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