El gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador llega a sus primeros 100 días de trabajo, y hay mucho de qué hablar.

A nosotros, como Iglesia, nos compete sumarnos al análisis de la realidad social, pues hay temas que continúan pendientes y son urgentes de atender, como los niveles crecientes de inseguridad y violencia, especialmente contra las mujeres en algunas regiones, la corrupción, y la atención a los asuntos que inciden directamente en las familias mexicanas.

En estos 100 días hemos visto mucha confrontación entre el presidente y sectores que piensan distinto; hemos escuchado descalificaciones y se ha hecho más evidente y preocupante una polarización política y social que divide a actores que deberían trabajar juntos. En lugar de estimularse el diálogo, como debe ser en toda democracia, vemos que se acota.

Hace unos días, durante una gira por Chihuahua, López Obrador aseguraba que es necesario buscar la unidad y la reconciliación nacional. Condición necesaria si es que se quiere cambiar al país para bien, y a la que deben sumarse el mismo presidente, el resto de la clase política, los empresarios, nosotros como Iglesia y la sociedad entera.

Sin embargo, para que exista unidad debe haber un diálogo auténtico y sincero. Eso ha sido un elemento clave para la promoción del desarrollo y la justicia en México.

El presidente cuenta con una alta aprobación de acuerdo a los últimos estudios publicados, lo que significa un gran apoyo, pero implica una enorme responsabilidad. También los que no opinan a favor son sus gobernados, y sus decisiones también les afectan a ellos.

Uno de los grandes pendientes es la corrupción, y desde esta trinchera estamos seguros que podemos terminar con este cáncer, pero para ello se necesita al 100% de los ciudadanos. Se han hecho esfuerzos como el combate al huachicoleo y en algunas áreas administrativas; sin embargo, luchar contra la corrupción no tiene que significar ir en detrimento de políticas públicas que han beneficiado a las familias o que han impulsado causas sociales en favor de grupos vulnerables.

El Papa nos ha dicho que “la corrupción no se combate con el silencio”, además de ser una tarea de todos, en la que no se vale la simulación y mucho menos la falta de diálogo y escucha.

Esta lucha no es sólo del presidente, y es su deber escuchar a sus gobernados, y nosotros, como sociedad, debemos tener claro que nuestras acciones tienen consecuencias buenas o malas. Es desde ahí donde se traza el proyecto de país que queremos construir.

DLF Redacción

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