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 página 2 L’OSSERVATORE ROMANO domingo 14 de julio de 2024
 Homilía durante la misa en la basílica vaticana en la solemnidad de los santos Pedro y Pablo
Una Iglesia de puertas abiertas
para llevar a todos la esperanza del Evangelio
Ser «pastores diligentes que abran las puertas del Evangelio» y contribuyen a «construir una Iglesia y una sociedad de puertas abiertas»: es- ta es la exhortación dirigia por parte del Papa Francisco a los 42 arzobispos motropolianos, en- tre los cuales, un cardenal, y de los que bendijo el palio en la mañana del sábado 29 de junio, du- rante la misa en la basílica Vaticana. En la ce- lebración participó también una delegación del patriarcado ecuménico. Publicamos a continua- ción la homilía del Pontífice.
Contemplemos a los dos Apóstoles Pe- dro y Pablo: el pescador de Galilea a quien Jesús hizo pescador de hombres; el fariseo perseguidor de
la Iglesia transformado por la gra- cia en evangelizador de los genti- les. A la luz de la Palabra de Dios, dejémonos inspirar por sus histo- rias, por el celo apostólico que marcó el camino de sus vidas. En su encuentro con el Señor, tuvie- ron una verdadera experiencia pascual: fueron liberados y ante ellos se abrieron las puertas de una vida nueva.
Hermanos y hermanas, en víspe-
ras del año jubilar, detengámonos a considerar precisamente la imagen de la puerta. El Jubileo, en efecto, será un tiempo de gracia en el que abriremos la Puerta Santa, para que todos tengan oportunidad de cruzar el umbral de ese santuario vivo que es Jesús y, en Él, ex- perimentar el amor de Dios que fortifi- ca la esperanza y renueva la alegría. También en la historia de Pedro y de Pablo hay puertas que se abren. La pri- mera lectura nos ha descrito el episodio de la liberación de Pedro de su cautive- rio. Este relato tiene muchas imágenes
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que nos recuerdan el acontecimiento de la Pascua: el hecho se verifica duran- te la fiesta de los ázimos; Herodes trae a la memoria la figura del faraón de Egipto; la liberación sucede de noche, como fue también para los hebreos; el ángel da a Pedro las mismas instruccio- nes que se dieron a Israel: levántate rá- pido, ponte el cinturón, cálzate las san- dalias (cf. Hch 12, 7-8; Ex 12,11). Lo que se nos narra, pues, es un nuevo éxodo; Dios libera a su Iglesia, libera a su pue- blo, que está encadenado, y se muestra una vez más como el Dios de la miseri-
ro Pedro experimenta que es el Señor quien abre primero las puertas, porque Él nos precede siempre. Y hay un he- cho curioso: las puertas de la cárcel se abrieron por el poder del Señor, pero Pedro encontró después dificultades para entrar en la casa de la comunidad cristiana: la mujer que va a abrir a la puerta, piensa que es un fantasma y no le abre (cf. Hch 12,12-17). ¡Cuántas veces las comunidades no asimilan esta sabi- duría de abrir las puertas!
También el itinerario del apóstol Pablo es, ante que nada, una experiencia pas- cual. Él, en efecto, primero fue transformado por el Resucitado en el camino de Damasco y des- pués, en la incesante contempla- ción de Cristo crucificado, des- cubrió la gracia de la debilidad;
cuando somos débiles decía en realidad, justo entonces, es que somos fuertes porque ya no nos aferramos a nosotros mis- mos, sino a Cristo (cf. 2 Co 12,10). Aferrado al Señor y crucificado con Él, Pablo escribía «ya no vi- vo yo, sino que Cristo vive en
mí» (Ga 2,20). Pero la finalidad de ello no era una religiosidad intimista y con- soladora como nos la presentan hoy algunos movimientos en la Iglesia: una espiritualidad de salón ; al contrario, el encuentro con el Señor encendió en la vida de Pablo un celo evangelizador. Como hemos escuchado en la segunda lectura, al final de su vida Pablo decla- ra: «El Señor estuvo a mi lado, dándo- me fuerzas, para que el mensaje fuera proclamado por mi intermedio y llega- ra a oídos de todos los paganos» (2 Tim 4,17). Precisamente en el contar cómo el
 cordia que sostiene su camino.
En aquella noche de liberación sucedió que, ante todo, se abrieron milagrosa- mente las puertas de la prisión. Luego, de Pedro y del ángel que lo acompaña se dice que «llegaron a la puerta de hie- rro que daba a la ciudad. La puerta se abrió sola delante de ellos» (Hch 12,10). No fueron ellos los que abrieron la puerta, sino se abrió sola. Es Dios quien abre las puertas, es Él quien libe- ra y despeja el camino. A Pedro como escuchamos en el Evangelio , Jesús le había confiado las llaves del Reino. Pe-
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