En la historia de México se ha visto que la gente recurre a la Virgen de Guadalupe cotidianamente y en momentos de apuros, y en una de estas andanzas, el ayate de San Juan Diego fue traído a la Ciudad de México y tuvo que ser llevado en canoa.
Esto ocurrió en tiempos del virrey y el arzobispo Francisco Manzo, cuando fue llevada a la Catedral (hoy Sacristía), a causa de una inundación que duró más de cuatro años, a partir del 21 de septiembre de 1629. Este desastre que obligó a emigrar a 30 mil personas, de las 70 mil que había en la ciudad.
Para darnos una idea de cómo fue aquella inundación, Francisco Ajofrín escribió en su diario: “se andaba en canoas por todas partes; ni se podía decir Misa en las iglesias; para lo cual formaron unos altares en los terrados de las iglesias y casas altas, donde celebraban algunos días el Santo Sacrificio”.
En la Sacristía de la Catedral hay una placa que recuerda aquella visita a la Ciudad de México, que es una de las contadas ocasiones en la que el ayate ha salido del Tepeyac, a donde regresó el 15 de mayo de 1634, con una breve escala en la parroquia de Santa Catarina, y a donde la gente siguió acudiendo para pedir favores y agradecerle su protección.
La historiadora Rita Valero habla de la importancia que ha tenido la Virgen en los momentos difíciles, y recuerda que también en 1737, durante la epidemia que azotó a Nueva España, el Cabildo de México proclamó a la Virgen de Guadalupe como Reina, y a este patrocinio se sumaron en menos de un mes los ayuntamientos de Puebla y Valladolid; la Diócesis de Oaxaca, y ciudades como Querétaro, Toluca, San Miguel el Grande, Santa Fe, Guanajuato, Zamora, Aguas Calientes, Guadalajara y Guatemala, lo que también influyó notablemente en la propagación de esta devoción por todo el país.
Tras su visita a México en 1804, Alexander Von Humboldt afirmaba: “En las calamidades públicas, los habitantes de México acuden a dos imágenes, la Virgen de Guadalupe y la de los Remedios. La primera se considera indígena… la segunda la llevaron de España… ”
Humboldt cayó en una impresión, porque la gente no necesitaba el permiso del arzobispo para visitar a la Morenita; dijo: “el arzobispo permite a los indios que vayan a buscar la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe. Este permiso llena de alegría a todo mexicano, sobre todo cuando a una larga sequía suceden lluvias abundantes. Yo he visto obras de trigonometría impresas en Nueva España y dedicadas a la Virgen de Guadalupe.”
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