Los mexicanos hemos enriquecido nuestro Adviento con un acontecimiento propio, tan importante que construyó nuestra historia: la visita de la Virgen María a nuestra patria en el cerro del Tepeyac.
Los primeros días de diciembre tienen ese sentido guadalupano que enriquece nuestro Adviento.
Para nosotros, el Tepeyac es nuestro Belén, donde la Santa Madre de Dios nos trajo al Sol que iluminó la noche de nuestro dolor.
A un pueblo desconcertado por su cultura cortada de tajo, entristecido por la muerte de sus dioses, desposeído de sus bienes terrenos y de su libertad, la Virgen de Guadalupe le trae un “evangelio”, es decir, una “buena noticia”: Jesús es, también, su redentor.
Ella es la estrella de la evangelización en nuestras tierras.
A partir del Acontecimiento Guadalupano, los habitantes de estas tierra se abren, como tierra fértil, a la semilla del cristianismo en una evangelización tan profunda que aún gozamos de sus frutos. El guadalupanismo se nos volvió cultura, se nos metió en la sangre y llegamos a exclamar en un canto “desde entonces para los mexicanos ser guadalupanos es algo esencial”.
Por María entró la salvación al mundo, allá en Belén.
Por María entró Jesús a México, allí en el Tepeyac.
Y el indio Juan Diego es el ángel que anunció a los pobres de México la noticia de que “nos ha nacido un Salvador”.
“Deseo fervientemente que se me construya una casita, aquí en el Tepeyac, en donde pueda oír y remediar las penas de todos mis hijos, los habitantes de estas tierra y de todos mis amadores”
Ese fue el deseo de María expresado a su embajador ante el Obispo, el indio Juan Diego ¡que ni siquiera sabía hablar español!
Y nosotros gozamos hoy de esa casa materna a donde acudimos al encuentro de la Morenita del Tepeyac para encontrar allí el consuelo en el constante dolor del pueblo mexicano que ha escrito su historia con la sangre de sus venas derramada en fratricidas guerras, y con el sudor de su frente que ha producido mucho pan acumulado por unos cuantos.
Ella sigue siendo nuestro adviento, nuestra esperanza de un liberador.
Y la casita de la Virgen se ha multiplicado, ha crecido tanto que ya todo nuestro México, toda América, es una casa en la que ella es la madre solícita y tierna que nos alienta y nos lanza en la conquista de nuestra dignidad. Ella va delante como bandera gloriosa.
Nos pide un Adviento de oración en familia.
Pero también nos pide una Adviento de amor, de servicio humilde y callado como el de María. Por el amor y el servicio se hace presente Jesús, naciendo en nuestros corazones y en los de aquellos a los que servimos.
Así caminamos hacia una Navidad verdaderamente feliz.
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