La santidad no es sólo un ideal. De hecho, hay muchos testimonios de jóvenes que ofrecen en nuestros días. Los Padres que participaron en la 13ª Congregación ofrecieron ejemplos conmovedores de aquellos que se encuentran viviendo en áreas del mundo donde los cristianos son una minoría, a menudo perseguidos. El pensamiento se dirigió primero a Oriente Medio, donde hay mucha gente asesinada por la fe en Jesucristo, luego a los “dalits” en la India, los últimos de la sociedad, gente sin derechos que, para preservar la fe y la dignidad de los hijos de Dios, su única riqueza, están dispuestos a ir al martirio.
Del ejemplo de estos santos de nuestro tiempo surgen nuevas conversiones. Cada joven – señala el Sínodo – anhela la santidad y es exigente: necesitan testimonios auténticos, puntos de referencia en los que inspirarse, quieren encontrar pastores que vivan el espíritu de las bienaventuranzas, que oren, mediten y que no sean sólo empleados o funcionarios de una institución. Por lo tanto, necesitamos una conversión. Los jóvenes no sólo quieren palabras bonitas y se sienten ofendidos por el escándalo de los abusos. Los Obispos exhortan a la Iglesia a ser transparente y a decir con alegría que el celibato y la castidad son opciones posibles con la gracia de Dios.
En el mundo, sin estar en el mundo: la Iglesia sea menos discursiva y más acogedora, dedicando tiempo y recursos a los jóvenes. Verdad y misericordia – subrayan con fuerza los Padres sinodales – son inseparables y tienen su centro en Cristo: en este sentido, es decisiva la figura de un buen director espiritual que, condenando el pecado, lo acompaña con amor: “Dios – destaca el Sínodo – nos acepta tal como somos, pero no nos deja tal como somos”, transformándonos en hombres y mujeres nuevos. La comparación entre la Iglesia y la balsa en busca de los jóvenes perdidos en sus trabajos es incisiva. Cristo – señalan los Padres – es el ancla que no naufraga.
Los Obispos denuncian la cultura materialista y hedonista de hoy que busca expulsar a Dios del corazón del hombre proponiendo falsos ídolos como el dinero, las adicciones (ludopatía, pornografía, etc.), los placeres efímeros y el rechazo a los ideales y valores cristianos como la familia. Se trata de desafíos a los que la Iglesia no debe renunciar, indicando la fuerza de Cristo resucitado y el anuncio del kerigma. La cruz, en efecto, señalan los Obispos, no asusta a los jóvenes que, por el contrario, desean un anuncio claro y menos vago del Evangelio. La llamada de Jesús Crucificado – era la esperanza – debe resonar fuerte, no débil o anémica. Para tener una Iglesia rejuvenecida, el Sínodo se propone animar a los jóvenes a rezar el Rosario y a participar en los sacramentos de la Confesión y de la Eucaristía.
La tragedia del desempleo también se ha señalado a la atención del Aula. La Iglesia debe ser una familia, atenta a ayudar a los que no tienen trabajo: un ejemplo virtuoso es el apoyo eclesial a los proyectos de microcrédito, en la convicción de que una ocupación ayuda a dar sentido a la vida y es la premisa para un futuro sereno de la sociedad. Por eso, los pastores deben instar a las instituciones a que presten mayor atención a las nuevas generaciones, especialmente a aquellas que se ven obligadas a emigrar abandonando a sus familias y raíces. Los Obispos advierten que “es justo hacer de los jóvenes protagonistas del desarrollo humano integral de la sociedad: en diversas partes del mundo muestran una gran responsabilidad hacia los más pequeños y hacia el medio ambiente”.
El Sínodo pide también a la Iglesia que no renuncie al derecho de educar a los jóvenes en las escuelas y universidades: lugares de apertura, de diálogo, de formación de las conciencias y de fortalecimiento de los valores morales. La recomendación es “salvar” las escuelas que ya existen antes de crear otras nuevas. No al proselitismo, pero los programas escolares de inspiración católica deben reforzarse porque – explican los Padres – “no se enciende una lámpara para ponerla debajo del celemín”. También pedimos que no olvidemos a las muchas familias pobres y desfavorecidas que, por razones económicas, no pueden ofrecer a sus hijos una buena educación.
Al final de la Congregación algunos oyentes tomaron la palabra. Entre ellos hay quienes han compartido con la sala la experiencia de conversión madurada en los nuevos movimientos. Otros han subrayado la necesidad de dar una mayor responsabilidad eclesial a los laicos, a las mujeres y a las familias. Entre las propuestas que surgieron estaba la idea de fomentar formas de residencia comunitaria formadas por jóvenes comprometidos con una regla de vida común y dedicados a iniciativas de evangelización. También hay que destacar la llamada a renovar el modelo de formación de los seminarios de una manera menos teórica y más experiencial, es decir, cercana a la realidad de la juventud.
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