El Papa Francisco recordó, en la homilía de la Misa celebrada en la Casa Santa Marta este martes 6 de marzo, que Dios siempre perdona los pecados cuando se acude al sacramento de la penitencia, sin embargo, señaló esta condición para que ese perdón sea efectivo: “Para ser perdonado debes perdonar a los demás”.
En la homilía, el Santo Padre reflexionó sobre el perdón. Para ello, recurrió a la primera lectura del día, del Libro de Daniel, en la que se narra cómo Azarías, en medio de las llamas a las que fue arrojado por no haber renegado de Dios, profesa la grandeza del Señor: “No nos abandones para siempre (…), hoy estamos humillados en toda la tierra por causa de nuestros pecados”.
Francisco destacó que Azarías acusa a su propio pueblo de los males que padece: “Acusarnos a nosotros mismos es el primer paso hacia el perdón”.
“Acusarse a sí mismos es parte de la sabiduría cristiana; no acusar a los demás, no… A uno mismo. Yo he pecado. Y cuando nosotros nos acercamos al sacramento de la penitencia debemos tener esto en mente: Dios es grande y nos ha dado muchas cosas, pero lamentablemente he pecado, he ofendido al Señor y pido la salvación”.
En este punto, el Pontífice contó la anécdota de una mujer que en el confesionario contaba los pecados de la suegra, tratando de justificarse, hasta que el sacerdote le dijo: ‘Muy bien, y ahora confiesa tus pecados’.
Confesar los pecados “agrada al Señor, porque el Señor recibe el corazón contrito, porque, como Azarías, ‘no hay confusión para los que en ti confían’, el corazón contrito que dice la verdad al Señor: ‘He hecho esto, Señor. He pecado contra ti’. El Señor les tapa la boca, como el padre al hijo pródigo, no lo deja hablar. Su amor lo cubre. Lo perdona todo”.
Por ello, el Papa Francisco invitó a no avergonzarse en el confesionario a la hora de decir los pecados, porque el Señor nos perdona siempre, aunque hay una condición: “El perdón de Dios es fuerte en nosotros siempre que nosotros perdonemos a los demás”.
“Esto no es fácil –subrayó–, porque el rencor anida en nuestro corazón, y siempre queda esa amargura. En muchas ocasiones llevamos en nosotros un elenco de cosas que me han hecho: ‘Y este me ha hecho aquello, me ha hecho aquello y me ha hecho esto…’”.
Por ello, en conclusión, advirtió contra la esclavitud del odio: “Estas son las dos cosas que nos ayudarán a comprender el camino del perdón: ‘Tú eres grande Señor, pero por desgracia, he pecado’, y ‘sí, te perdono setenta veces siete, a condición de que tú perdones a los demás’”.
Una historia épica contada esta vez por medio de los ojos de la Virgen.
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