Nosotros que hemos nacido en una sociedad cristiana, corremos el riesgo de vivir el cristianismo “como un hábito social”, formalmente, con “la hipocresía de los justos”, que “temen dejarse amar”. Y una vez terminada la Misa dejamos a Jesús en la Iglesia, “no vuelve con nosotros a casa”, en la vida cotidiana. Ay de nosotros, así expulsamos a Jesús de nuestro corazón: “Somos cristianos, pero vivimos como paganos”.
Al comentar el Evangelio de San Lucas y el reproche de Jesús a la gente de Betsaida, Corazín y Cafarnaúm, que no han creído en Él, no obstante los milagros, el Papa Francisco invitó a todos en su homilía a hacer un examen de conciencia.
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Jesús “está afligido por ser rechazado” – explicó Francisco – mientras ciudades paganas como Tiro y Sidón, viendo sus milagros “con toda seguridad habrían creído”. Y llora, “porque esta gente no había sido capaz de amar”, mientras Él “quería llegar a todos los corazones, con un mensaje que no era un mensaje dictatorial, sino que era un mensaje de amor”.
En el lugar de los habitantes de las tres ciudades, pongámonos también nosotros mismos, me pongo yo, prosiguió diciendo el Papa. “Yo que he recibido tanto del Señor, he nacido en una sociedad cristiana, he conocido a Jesucristo, he conocido la salvación”, he sido educado en la fe. Y con mucha facilidad me olvido de Jesús.
Después, en cambio, “oímos noticias de otra gente que apenas escucha el anuncio de Jesús, se convierte y lo sigue”. Pero nosotros – comentó el Santo Padre – estamos “habituados”.
“Y este hábito nos hace mal, porque reducimos el Evangelio a un hecho social, sociológico, y no a una relación personal con Jesús. Jesús me habla a mí, te habla a ti, habla a cada uno de nosotros. La predicación de Jesús es para cada uno de nosotros. ¿Cómo es que aquellos paganos que, apenas escuchan la predicación de Jesús, van con él, y yo que he nacido aquí, en una sociedad cristiana, me acostumbro, y el cristianismo es como si fuera un hábito social, un vestido que me pongo y que después dejo? Y Jesús llora, sobre cada uno de nosotros, cuando vivimos el cristianismo formalmente, y no realmente”.
Si hacemos así – aclaró Francisco – somos un poco hipócritas, con la hipocresía de los justos.
“Está la hipocresía de los pecadores, pero la hipocresía de los justos es el miedo al amor de Jesús, el miedo a dejarse amar. Y en realidad, cuando nosotros hacemos esto, tratamos de gestionar nosotros la relación con Jesús. ‘Sí, yo voy a Misa, pero tú detente en la Iglesia que yo después voy a casa’”.
“ Y Jesús no regresa con nosotros a casa: en la familia, en la educación de los hijos, en la escuela, en el barrio… ”
Así Jesús permanece allá, en la Iglesia, comentó el Pontífice con amargura. “O permanece en el crucifijo o en la estampita”.
“Hoy puede ser para nosotros una jornada de examen de conciencia, con este estribillo: ‘Ay de ti, ay de ti’, porque te he dado tanto, me he dado a mí mismo, te he elegido para ser cristiano, ser cristiana, y tú prefieres una vida a medias, una vida superficial: un poco sí de cristianismo y agua bendita, y nada más. En realidad, cuando se vive esta hipocresía cristiana, lo que nosotros hacemos es echar a Jesús de nuestro corazón. Hacemos de cuenta que lo tenemos, pero lo hemos expulsado. ‘Somos cristianos, orgullosos de ser cristianos’, pero vivimos como paganos”.
Cada uno de nosotros – concluyó el Papa – piense: “¿Soy Corazín? ¿Soy Betsaida? ¿Soy Cafarnaúm?”. Y si Jesús llora, pedir la gracia de llorar también nosotros. Con esta oración: “Señor, tú me has dado tanto. Mi corazón es tan duro que no te deja entrar. He pecado de ingratitud, soy un ingrato, soy una ingrata”. “Y pidamos al Espíritu Santo que nos abra de par en par las puertas del corazón, a fin de que Jesús pueda entrar, a fin de que no sólo escuchemos a Jesús”, sino que escuchemos su mensaje de salvación y “demos gracias por tantas cosas buenas que ha hecho por cada uno de nosotros”.
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