Vatican News
La Cuaresma es tiempo rico para desenmascarar tentaciones y dejar que nuestro corazón vuelva a latir al palpitar del Corazón de Jesús: fue ésta la reflexión del Papa en la homilía de la misa del Miércoles de Ceniza en la Basílica de Santa Sabina, tras finalizar la Procesión Penitencial desde la Iglesia de San Anselmo en la colina romana del Aventino.
El Papa focalizó su homilía en las múltiples tentaciones a las que estamos expuestos, constatando cómo “frente a las vicisitudes cotidianas, se alzan voces que, aprovechándose del dolor y la incertidumbre, lo único que saben es sembrar desconfianza”.
“Desconfianza, apatía y resignación son los tres demonios que cauterizan y paralizan el alma del pueblo creyente” afirmó Francisco, señalando tres palabras guía para ‘recalentar el corazón creyente’: “Detente, mira y vuelve”.
Así, a través de la primera palabra, Francisco exhortó a detenerse “ante el mandamiento de vivir acelerado que dispersa, divide y termina destruyendo el tiempo de la familia, el tiempo de la amistad, el tiempo de Dios; a detenerse ante la necesidad de aparecer y ser visto por todos, de estar continuamente en “cartelera”; ante la mirada altanera, el comentario fugaz y despreciante que nace del olvido de la ternura, y la reverencia para encontrar a los otros. “Detente un poco – continuó el Papa – ante la compulsión de querer controlar todo, saberlo todo, devastar todo”. “Detente un poco – pidió aun Francisco – ante el ruido ensordecedor que atrofia y aturde nuestros oídos y nos hace olvidar del poder fecundo y creador del silencio”; “ante la actitud de fomentar sentimientos estériles, infecundos, que brotan del encierro y la auto-compasión; ante la vacuidad de lo instantáneo, momentáneo y fugaz que nos priva de las raíces”.
“¡Detente para mirar y contemplar!” insistió el Papa… “Mira los signos que impiden apagar la caridad, mira el rostro de nuestras familias que siguen apostando día a día, con mucho esfuerzo para sacar la vida adelante y, entre tantas premuras y penurias, no dejan todos los intentos de hacer de sus hogares una escuela de amor”; “el rostro interpelante de nuestros niños y jóvenes cargados de futuro y esperanza, cargados de mañana y posibilidad, que exigen dedicación y protección”. Francisco invitó también a mirar “el rostro surcado por el paso del tiempo de nuestros ancianos” que son – dijo – “rostros de la sabiduría operante de Dios”; “el rostro de nuestros enfermos y de tantos que se hacen cargo de ellos” y el “rostro arrepentido” de quienes intentan revertir sus errores y equivocaciones y “luchan por transformar las situaciones y salir adelante”.
Mira y contempla el rostro del Amor crucificado, exhortó el Obispo de Roma, que hoy desde la cruz sigue siendo portador de esperanza, porque -explicó- “mirar su rostro es la invitación esperanzadora de este tiempo de Cuaresma para vencer los demonios de la desconfianza, la apatía y la resignación”.
“Vuelve a la casa de tu Padre” dijo finalmente el Santo Padre. “Sin miedo”, vuelve a los brazos de un Padre “rico en misericordia”, recordando que éste es el “tiempo para dejarse tocar el corazón” y “experimentar la ternura sanadora y reconciliadora de Dios”. “Deja que el Señor sane las heridas del pecado y cumpla la profecía hecha a nuestros padres: ‘Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo’.
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